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La lucha de san Hipólito contra san Calixto




El primer antipapa alcanzó el honor de los altares. Fue nombrado san-
to de las Iglesias romana y griega (festividad: 13 de agosto; como obispo
de Oporto, 22 de agosto; para los griegos, 30 de enero). Hipó lito, discí -
pulo de san Ireneo, es el ú ltimo autor de Occidente que escribe en griego
y cuya amplí sima actividad literaria fue completamente singular en el si-
glo m. Fue el primer prelado erudito de Roma, razó n por la que le ele-
vó la parte algo má s exigente de los cristianos, una minorí a cismá tica. É l
mismo se denomina repetidas veces obispo de Roma y a su antecesor,
san Ceferino, le llama hombre trivial e ignorante. 6

Tambié n el adversario de Hipó lito, Calixto (217-222), es santo (festi-
vidad: 14 de octubre); sin embargo, es al mismo tiempo «un hombre ex-
perimentado en la maldad y há bil en la herejí a», un «hipó crita» que gana


tanto a los «herejes» como a los ortodoxos «con astutas palabras» y que
pertenece a la escoria de la historia «de la herejí a». Calixto, a quien re-
cuerda la enorme catacumba de San Calixto, en la Ví a Apia (lugar donde
no reposa, sino que allí actuó como diá cono), defendió al principio el
modalismo, que era un dogma oficial de la Iglesia de Roma antes de su
condena. No veí a en las tres personas divinas individuos sino só lo mo-
dos, maneras de aparició n de un ú nico Dios, en Dios por lo tanto una
persona indivisa. Al menos tres papas sucesivos defendieron esta «here-
jí a»: san Ví ctor I, san Ceferino e incluso san Calixto, que a su vez acusaba
asimismo de «herejí a» a san Hipó lito, «la teorí a de la doble divinidad»
(diteí smo). 7

Hipó lito, cuyas concepciones cató licas se consideraron despué s orto-
doxas, intentó aniquilar moralmente a su rival en una Vita Callisti, sarcá s-
ticamente subtitulada El martirio de Calixto bajo elpraefectus Urbi Fus-
cianus.

Calixto, un esclavo del barrio del puerto que habí a recibido educació n
cristiana, presunto hijo de una esclava, Calistrata, y antañ o, segú n Hipó -
lito, tambié n cabecilla de ladrones, comenzó su carrera, por así decirlo,
como banquero. En la piscina pú blica situada en el mercado de pescado
dirigió para el acaudalado cristiano Carpó foro, miembro de la corte im-
perial, un banco en el que hací an grandes ingresos los fieles cristianos ro-
manos. Sin embargo, Calixto (un antiguo antecesor del arzobispo Mar-
cinkus, asimismo director del Banco Vaticano y compañ ero de la Mafia)
especula con el dinero de su señ or, el de numerosas viudas y hermanos
cristianos, y lo «despilfarra» todo. En 187-188 se produce la bancarrota,
huye en un navio hacia Oporto, perseguido por Carpó foro se arroja al
mar pero es capturado, se le lleva de nuevo a Roma y es condenado a tra-
bajar en las calandrias. Logra escapar de allí mediante engañ os y pronto
discute con los judí os por unas (presuntas) cuentas atrasadas. Así, en el
Sabbat se produce un tumulto en la sinagoga. Los judí os dan una paliza a
Calixto y le arrastran hasta el prefecto de la ciudad, donde se declara
cristiano. Sin embargo, Carpó foro, que se apresura a presentarse, declara:

«No creas a é ste, no es cristiano sino que debe mucho dinero que ha des-
falcado, como demostraré ». El prefecto de la ciudad, Fuscianus, manda
azotar a Calixto y dispone su deportació n ad metalla a las minas de Cer-
deñ a, la isla de la muerte. Sin embargo, aquí le salva la intervenció n de la
cristiana Marcia, favorita del emperador Có modo, y el obispo romano
Ví ctor le pone a buen seguro durante unos diez añ os en Antium, una de
las villeggiaturas preferidas de los romanos importantes, incluyendo la
casa del emperador; ademá s -qué cambiante luz cae aquí sobre la «ban-
carrota» del banquero-, una pensió n mensual, que «honra plenamente» a
Calixto (cardenal Hergenrother); hecho que la literatura má s antigua de-
signa incluso como destierro; en la Iglesia se le considera con toda serie-


dad como confesor. Con el sucesor de Ví ctor, el obispo Ceferino (199-217)
-«un hombre ignorante e inculto, que desconocí a las disposiciones ecle-
siá sticas, que era accesible a los regalos y codicioso» (obispo Hipó lito)-,
Calixto consigue cada vez mayor influencia gracias a «su constante pre-
sencia y sus estratagemas», a su «juego de intrigas», es nombrado asesor
financiero del alto obispo y, despué s de «destruir a Ceferino» y de haber
expulsado a Hipó lito, se convierte en obispo de Roma. «No era má s que
un embustero y un intrigante», escribe Hipó lito sobre san Calixto. Tení a
«veneno en lo má s profundo del corazó n», «ideas totalmente falsas» y
miedo «a decir la verdad». 8

¿ Sorprende entonces que desde Calixto el clero adoptara del derecho
funcionarial romano la teorí a de la inviolabilidad del cargo, que concedí a
atribuciones incluso a los titulares indignos? Fue precisamente Calixto el _
primero que exigió e hizo realidad en Occidente la indestituibilidad del
obispo, incluso en los casos de «pecado mortal». ¡ Y esto a pesar de que
la epí stola de Clemente, muy apreciada por la Iglesia y que en Siria se
convierte incluso en «Sagrada Escritura», considera indestituibles ú nica-
mente a los moralmente intachables! En la lucha contra los donatistas
cismá ticos se continuó desarrollando entonces, en contraposició n estricta
a lo predicado tradicionalmente, la lí nea relajada hasta llegar a la conse-
cuencia tí picamente cató lica, insuperablemente cí nica, asimilada tam-
bié n por todo tipo de bribones, segú n la cual la Iglesia (objetivamente)
siempre es santa, por muy corruptos que puedan ser sus sacerdotes (sub-
jetivamente). 9

El nú mero de seguidores de su oponente, afirma san Hipó lito, habrí a
aumentado porque é l, san Calixto, fue el primero en permitir pecados que
Cristo habí a prohibido y que «sirven para satisfacer los apetitos». Calixto
tambié n habrí a autorizado «la consagració n de obispos, sacerdotes y diá -
conos que habí an estado dos y tres veces casados [... ]»; tambié n habrí a

i •^é w-

permitido («que mujeres de elevada posició n, solteras en edad todaví a
de casar pero que por su rango no querí an sacrificarse en un matrimo-
nio conforme a las leyes, tomaran un concubino, ya fuera un esclavo o
un hombre libre, y que consideraran a é ste como su esposo, aun sin un
matrimonio conforme a las leyes. Y de este modo, mujeres que se llama-
ban cristianas comenzaron a utilizar medios anticonceptivos y a ceñ irse
el cuerpo para abortar el feto, porque debido a su alta cuna y su gran for-
tuna no querí an tener un hijo de un esclavo o de un hombre corriente.
¡ Mirad lo lejos que ha llegado el infame en su impiedad! Predica a la
vez el adulterio y el asesinato. Y a todo esto, van estos desvergonzados
y se llaman " Iglesia cató lica" y muchos acuden a ellos creyendo actuar
correctamente... Esta doctrina de los hombres se propaga por todo el
mundo»1" " ]

¡ Obispos romanos y santos, todos juntos!


Por supuesto, eran dos «trepadores» que luchaban entre sí. Natural-
mente, el odio y la envidia eran quienes dirigí an la pluma de Hipó lito
—los dominios de tantos curas-. Sin embargo, sus injurias acertaban en lo
esencial. Y es evidente la discrepancia con la doctrina de Jesú s: «Quien co-
diciare a una mujer aunque só lo sea con la vista, ya ha cometido con ella
adulterio en su corazó n». El «papa» Calixto dice ahora que el adulterio es
disculpable. ¡ Permite a las jó venes de clase alta tomar, sin matrimonio, a
un concubino a su elecció n! Relaja sin escrú pulos la moral cristiana, y la
plebe cristiana se arremolina agradecida a su alrededor. n

Tambié n Tertuliano, uno de los «herejes» de mayor violencia verbal,
uno de los mayores «protestantes» anteriores a Lutero, se encrespa y se
burla, tronando contra Calixto: «¿ Quié n eres pues, que tergiversas y cam-
bias [... ]? », y ataca la disposició n á e\pontifex maximus, al que da este tí -
tulo pagano mofá ndose de é l, del «obispo de todos los obispos», como
una «novedad inaudita», que mejor se hubiera publicado en los burdeles.
«Allí tendrí an que leer este indulto, que es donde lo esperan. ¡ Pero no!
Hay que leerlo en la iglesia». 12

Perspicacia eclesiá stica no hay duda que la habí a demostrado Calix-
to, habí a percibido las «circunstancias reales» (Seppeit y Ló ffler, cató li-
cos), las «necesidades prá cticas» (Aland, protestante), habí a abierto el
camino de una evolució n que pertenecí a al futuro. En su «edictum perpe-
tuum»,
si es que lo publicó, hecho que hoy se pone en duda de manera
generalizada, se remití a a las «apostó licas llaves de san Pedro»: Mt, 16, 19.
(Desde luego, no recurrió a Mt, 5, 27. Tampoco a Gn, 38, 24; Lv, 20, 10;

Dt, 22, 22; 1 Cor, 6, 9; Hb, 13, 4, etc. Puesto que cada uno saca de la Biblia
lo que le conviene. ) Calixto orientó sobre todo su adaptació n oportunista
a las necesidades cotidianas y de las masas. Por el contrario, el erudito
Hipó lito, pasado de moda, autor de una afamada Traditio apostó lica (que
prohibí a matar incluso a los soldados y a los cazadores: un «rigorista»,
como se acostumbraba a insultar, incluso en cí rculos clericales, a los cris-
tianos no laxos), defendí a la doctrina transmitida, segú n la cual ningú n
sacerdote ni ningú n obispo podí an perdonar la apostasí a, el asesinato y la
^obscenidad. Pero ahora Calixto consideraba la prostitució n como un pe-
cado perdonable. Despué s de los abandonos masivos de la fe en el curso
de la persecució n de Decio, en la que sobre todo muchos de los que ocu-
paban cargos importantes abjuraron «en seguida» (obispo Eusebio), la
Iglesia, celosa de las masas y el poder, perdonó tambié n la apostasí a. Y
en 314, cuando surgieron los primeros curas castrenses, matar perdió tam-
bié n su cará cter absolutamente excluyente. Así triunfaron los recié n lle-
gados, algo tí pico de la mayorí a de los jerarcas atentos a los tiempos y a
las circunstancias. Calixto sufrió al parecer martirio, aspecto citado por
vez primera en 354. Má s tarde se falsificó una Passio Callisti, toda una
novela sobre martirios. Los alguaciles de Severo Alejandro arrojaron a


un pozo a Calixto, al que habí an apresado durante un servicio religioso.
Otros dicen que fue linchado por el pueblo o incluso que se arrojó por
una ventana, y esto «despué s de un prolongado y atroz encarcelamiento»
(Wetzer-WeIte), aunque, sin embargo, predica, sana y bautiza. ¡ En el si-
glo xn los alemanes crearon horribles relatos de sus penalidades! A lo
largo de dos milenios la Iglesia le honró como má rtir. Hoy, incluso sus
teó logos admiten la falsificació n.

El cisma continuó. Hipó lito se mantuvo incluso contra Urbano I
(222-230) y Ponciano (230-235). Finalmente, los «santos padres» llega-
ron a tal grado de disputa que el emperador JVfaximino Tracio 3esterro*a
ambos, a Hipó lito y Ponciano, en el añ o 235, a Cerdeñ a, donde ambos"
murieron, aunque desde luego no en las minas, en las «canteras» (Gel-
mi), donde los cató licos gustan de seguir diciendo que murió Ponciano,
con objeto de tener un papa má rtir má s, aunque uno bastante raro. Pues
sucedí a que en el caso de los honestiores, entre los que ya se contaban los
obispos, la ley só lo permití a la deportació n (m insulani), no Í a condena
(admetalld). Al parecer, Ponciano renunció a su cargo el 2ScÍ e septiem-
bre de 235: ¡ la primera fecha de la historia de los obispos romanos que se
conoce con precisió n de dí a y mes! Tras su muerte, se fue a buscar a am-
bos contrincantes y se les enterró al mismo tiempo aunque en lugares
distintos, y se les honró a los dos como má rtires. Calixto, Ponciano e Hi-
pó lito son los romanos má s antiguos que menciona el «calendario de san-^
tos» de la comunidad romana {Depositio Martyrum) del añ o 354. '

Sin embargo, ninguno fue má rtir. La fiesta de san Hipó lito, que le
llevó hasta ser patró n de los caballos, la celebra la Iglesia cató lica desde
finales del siglo m, ininterrumpidamente hasta la actualidad, el 13 de agos-
to. Ese dí a era la festividad de la antigua diosa romana Diana, que se fu-
sionó con la de la griega Artemisia, la diosa de la caza y protectora de los
animales salvajes. Pronto la leyenda devoró la personalidad de Hipó lito,
sin dejar restos, y al final ya no nos queda ningú n rasgo de su imagen his-
tó rica. 13

Poco despué s de su muerte, el griego, el idioma universal que tam-
bié n predominaba en Roma y que hací a de la capital una graeca urbs, es
sustituido por el latí n como lengua de la Iglesia occidental. Quizá guarde
(tambié n) relació n con esto el hecho de que el prolí fico y polifacé tico au-
tor de la Iglesia, cuyas obras aprovecharon Ambrosio y Jeró nimo, cayera
en Occidente en el olvido: Jeró nimo y Eusebio no conocí an ya cuá l era su
sede episcopal. El sucesor de Hipó lito, Dá maso I (366-384), en una ins-
cripció n en honor del erudito, no cita su tí tulo episcopal y habla só lo del
presbí tero, evidentemente con deseos de hacer olvidar el primer cisma
romano. En 1551 se encontró en las catacumbas, probablemente en la cá -
mara mortuoria de Hipó lito, una estatua de má rmol sin cabeza, con man-
to de filó sofo y sobre una silla episcopal, en cuya parte exterior, aunque


de manera incompleta, se indican sus escritos. Con ello volvió a salir a la
luz en Occidente el «gran desconocido» durante tanto tiempo en la histo-
ria de la Iglesia. 14

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