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Cornelio contra Novaciano




Apenas habí a transcurrido una generació n cuando se produjo un nue-
vo cisma entre los obispos romanos Comelio (251-253) y Novaciano, en
el que de nuevo, aparte las rivalidades personales, desempeñ ó un papel
importante la cada vez má s indulgente prá ctica de las penitencias.

Mientras que el importantí simo Comelio -un santo, especialmente
bené fico contra la epilepsia y los espasmos-, que volvió a acoger magná -
nimamente a los cristianos que habí an renunciado a la fe durante la per-
secució n de Decio, tení a asegurada naturalmente la victoria, Novaciano
se oponí a a todo ello con energí a. En contra de la mayorí a de las Iglesias
romana y africana, pedí a para los lapsi la excomunió n perpetua, ya que la
Iglesia no podí a perdonar «pecados mortales» tales como asesinato, adul-
terio y apostasí a: ¡ algo que en realidad era su doctrina má s antigua!

Novaciano era un retó rico profesional, inteligente, estricto, un exce-
lente estilista, que sentí a gran aprecio hacia Virgilio y la escuela estoica.
En la é poca de la persecució n habí a dirigido la comunidad cristiana ro-
mana despué s de morir el obispo Fabiano (236 a 255) -el primer papa
má rtir,
sobre el que no pendí a la pena de muerte, aunque falleció en la
prisió n. Ni Cipriano ni la placa del interior de su sarcó fago le llaman
má rtir. Sin embargo, la Iglesia antigua consideró como má rtires a once
de los hasta entonces diecisiete obispos romanos-,
«faltaba tiempo para
la documentació n; pero ninguna tumba es inventada, ningú n nombre es
mí tico y el " enjambre de testimonios" continú a despertando admiració n»,
escribe de manera general Frits van der Meer. Pero ¿ por qué tuvo que fal-
tar tiempo para la documentació n? Tambié n se la encuentra en multitud
de historias de má rtires falsificadas. ¿ Y no habla Van der Meer, en las
primeras pá ginas, del «inconmensurable perdó n de los padres de la Igle-
sia»? ¿ Y no tení an tiempo para documentar a sus propios má rtires ni si-
quiera los «papas má rtires»?

Novaciano se habí a hecho muchas ilusiones en ocupar la sede episco--
pal, lo mismo que Cipriano de Cartago. Pero pronto comenzaron a circu-
lar sobre los favoritos las murmuraciones má s increí bles, sobre todo por
parte del propio Comelio. De menor cará cter y talla intelectual, se burla
de su contrincante llamá ndole «lumbrera», «dogmá tico y patró n del sa-
ber eclesiá stico», le atribuye «insaciable avidez», «perfidia venenosa de
serpiente», «hipocresí a y falsedad, perjurios y mentiras». Le insulta lla-
má ndole un «ser humano astuto y taimado», «malicioso», «criminal», una


«bestia pé rfida y maligna». Las comparaciones con los animales les gus-
tan mucho a los cristianos cuando discuten. El obispo Comelio relata que
Novaciano habí a aparecido «como obispo de pronto, cual si lo hubiera
lanzado una pieza de artillerí a», atrayendo a Roma «mediante engañ os
con ideas imaginarias a tres obispos, gentes incultas e ingenuas». San
Comelio propaga, acerca de su competidor, que habí a hecho que «algu-
nos de su chusma, destinados para ello, les encerraran y alrededor de las
cuatro de la tarde, cuando estaban ebrios y se tambaleaban, les obligaron
con violencia a que le entregaran el obispado mediante una imposició n
de manos imaginaria e ilegí tima. Y ahora mediante intrigas y artimañ as
pretende este obispado que no le corresponde». 15

Comelio sigue calumniando y denigrando: antes de ser bautizado, pro-
bablemente cuando era catecú meno, Novaciano habrí a sido ví ctima de
los malos espí ritus y le habrí an tratado exorcistas cristianos; «Satá n» ha-
bí a «habitado en é l mucho tiempo». Sin embargo, la «peor insensatez»
de su antí poda habrí a sido que Novaciano, incluso al administrar la euca-
ristí a, hací a jurar vehementemente a sus seguidores que le serí an fieles.
Habrí a sujetado con firmeza las manos de uno de ellos diciendo: «Jú rame
por la sangre y el cuerpo de Nuestro Señ or Jesucristo que no me abando-
nará s y que nunca te pasará s a Comelio». Y al recibir el pan, en lugar de
responder con un amé n, al parecer tení an que decir: «Nunca regresaré a
Comelio». 16

El obispo Comelio, al que Cipriano pone como muestra «del má s es-'
plé ndido testimonio de la virtud y de la fe», atribuye a su contraobispo
tambié n «cobardí a y ambició n por la vida», apostasí a durante la persecu-
ció n. ¡ Novaciano murió como má rtir en el añ o 258, aunque la Iglesia lo
niega. Pero en cambio hace «decapitar» a Comelio, que en realidad falle-
ció en 253 en Centumcellae de muerte natural. «Los documentos -escribe
el teó logo cató lico Ehrhard- que hacen del papa Comelio un má rtir care-
cen de valor», es decir, está n falsificados; hoy casi nadie discute este
punto. m

En un sí nodo de sesenta obispos celebrado en el añ o 251, Comelio
excomulgó a Novaciano y a todos sus partidarios; y despué s de unos pe-
nosos titubeos, Cipriano de Cartago (que en mayo de 252 fue nombrado
contraobispo en un pequeñ o concilio celebrado en Fortunatus) se unió a
Comelio y pronto no le fue a la zaga en cuanto a su campañ a difamatoria.

Lo mismo que Comelio, Cipriano censura las «apostasí as», «los trai-
dores», su «error», «locura», su «rebeldí a», «delirio». El objetivo princi-
pal de sus ataques es Novato, el presbí tero, uno de sus principales opo-
nentes, que impugna la consagració n de Cipriano como obispo y que
pronto apoya en Roma a Novaciano, el «malvado taimado», el «cismá -
tico de? /ariado». «Es un hombre que constantemente busca renovar, po-
seí do por el afá n de su codicia insaciable [... ], siempre al acecho para


traicionar, un zalamero que só lo quiere engañ ar [... ]. Es una antorcha lla-
meante para prender el fuego de la insurrecció n, un huracá n arremolinado
para provocar el naufragio de la fe, un enemigo de la serenidad, contrario
a la tranquilidad, un adversario de la paz. » Las arengas de Cipriano evo-
can a «los hué rfanos a los que ha robado, las viudas alas que tí a engañ ado
y tambié n el dinero de la Iglesia que ha denegado [... ]». «Tambié n su pa-
dre habí a muerto en plena calle y no le hizo enterrar. Dio una patada a su
mujer en el vientre, con lo que provoco un aborto y la muerte del nmg^r
ahora [,.. ]. »18                                               X
Basta. Cristianos sobre cristianos. Curas sobre curas.         ^
La Iglesia de Novaciano, a la que pronto se dio por muerta, perduró
en realidad durante varios siglos y «en su existencia histó rica fue la con-
fesió n latente de la mala conciencia de la Gran Iglesia, que constante-
mente se veí a forzada a llegar a compromisos con su entorno y que se
daba cuenta de ello» (Andresen). A los novacianos se les consideró des-
pué s dogmá ticamente como ortodoxos, coincidiendo con los cató licos en
la controvertida teologí a trinitaria. Incluso Teodosio I les toleró. Desde
Hí spanla y Galia -donde tambié n el obispo Marciano de Aré late (Arles)
se hizo novaciano- hasta Oriente, hubo en casi todas las grandes ciuda-
des dos obispos y dos comunidades que luchaban entre sí, aunque se
facilitaba mucho su «regreso» al catolicismo. En Constantinopla, los no-
vacianos poseí an, en el siglo iv, tres iglesias; Acesio fue obispo en aque-
lla ciudad bajo Constantino. Incluso en Roma, el cisma novaciano perdu-
ró hasta el siglo v, con un considerable nú mero de partidarios y varias
iglesias. En Oriente (en Siria, Asia Menor, Palestina, etc. ), donde Nova-
ciano recibió una acogida muy favorable, la secta se mantuvo durante mu-
cho má s tiempo; incluso numerosos montañ istas se adhirieron a ella. En
muchos sitios, a los novacianos se les llamaba montañ istas y montenses.
Ellos mismos, la «comunidad de los santos», se autodenominaban, «con
espiritual arrogancia», dice Eusebio, «cataros», los «puros», porque su
Iglesia era la Iglesia «libre» de pecados mortales; nombre que en la histo-
ria se utilizarí a má s tarde para designar a la secta homó nima y que es asi-
mismo la raí z de la que procede la palabra alemana Ketzer, que significa
«hereje».

En los siglos iv y v los emperadores cristianos combatieron a menudo
a los novacianos por razones de unidad del Imperio. Los papas Inocen-
cio I y Celestino I les robaron sus iglesias, de modo que su obispo Rustí -
cula debí a celebrar los servicios religiosos en viviendas privadas (¿ o ten-
drí a que decir Celestino, que probablemente introdujo el introito en la
misa? ). Tambié n san Cirilo de Alejandrí a les quitó a los novacianos sus
iglesias y todos sus objetos, e incluso hizo desaparecer en su bolsillo los
bienes privados del obispo Teopemptos. En ocasiones hasta se destruye-
ron sus templos, como hizo el obispo Eleusios en Kyzikos, en el Heles-


ponto. Y de los escritos que como primer teó logo escribiera en latí n No-
vaciano, que poseí a formació n filosó fica, prá cticamente no ha quedado
nada. Tampoco es casual que los novacianos atrajeran en especial a los
cristianos cultos. 19

Los dos ú nicos eruditos que tuvo la Roma cristiana en el siglo ni eran
antipapas; a uno le combatieron durante toda su vida, al otro le excomul-
garon. 20

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