Teodorico conquista Italia: «¿Dónde está Dios?»
La Roma de Oriente se convirtió en la sucesora legal del imperio. El
conflicto latente entre las partes occidental y oriental de aqué l se agra-
vó continuamente segú n pasaba el tiempo. La vieja tá ctica papal de ser-
virse de los regentes occidentales para contrarrestar a los orientales hizo
quiebra tras la muerte de Valentiniano III. La Roma de Oriente consiguió
imponerse polí ticamente a los germanos, tanto en el interior como en el
exterior. Es má s, el emperador Zenó n consiguió por su parte mantener su
trono, amenazado de continuo, gracias «al juego de esgrima diplomá tica
menos convencional de todos los tiempos» (Rubí n). A aquel resultado con-
tribuyó no poco el que supo desviar hacia Italia a los ostrogodos, que ame-
nazaban el Imperio romano de Oriente. 51
Los ostrogodos, sometidos el añ o 375 por los hunos, que avanzaban
como un huracá n, llegaron a comienzos del siglo v a la cuenca del Danu-
bio hú ngaro y tras la muerte de Atila (añ o 453) y el rá pido desmorona-
miento de su gigantesco imperio, que parecí a imbatible, se sometieron a
la soberaní a romana. Entonces se asentaron en Panonia, en la regió n del
lago Balató n. Aquí nació, a mediados del siglo v, Teodorico (el Dietrich
de Berna de la Saga), como hijo del rey Teodomiro de la dinastí a de los
á malos y que probablemente fue bautizado amano ya de niñ o. Las fuen-
tes, apenas dicen nada sobre su origen y su juventud, ni tampoco sobre
sus primeros añ os de reinado. Cuando contaba 7 añ os vino como rehé n a
Constantinopla, donde permaneció 11, al parecer, entre el cí rculo de per-
sonas má s pró ximas a Leó n. Allí cultivó el latí n y el griego y aprendió a
apreciar la cultura antigua. Se familiarizó con la situació n polí tica y mili-
tar y contrajo matrimonio con una princesa imperial.
El rival ostrogodo má s peligroso de Teodorico era Teodorico Estra-
bó n. Durante añ os, jugó la baza de enfrentar entre sí a aquellos dos prí n-
cipes relacionados por un lejano parentesco, quienes, no obstante, se unie-
ron en má s de una ocasió n contra el emperador. A raí z del golpe militar
de Basilisco, en 475, Teodorico el á malo tomó partido por Zenó n mien-
tras que Teodorico Estrabó n, el mayor de los dos, se unió al usurpador,
perdiendo el añ o 476 todos sus honores. Posteriormente, fue revestido
nuevamente de todos sus cargos y dignidades. El añ o 481, sin embargo,
sucumbió a una herida que é l mismo se produjo inadvertidamente. Los
dos hermanos de Estrabó n, que asumieron ahora la jefatura juntamente
con el hijo de é ste, Requitach, fueron asesinados de allí a poco. El añ o 484,
Teodorico abatió en Constantinopla, con su propia espada y a sabiendas
de Zenó n a un primo suyo. 52
Como quiera que, pese a todos los honores en favor del á malo -hecho
patricio en 476 y có nsul y amigo del emperador en 484- se produjesen
una y otra vez fricciones entre é l y el regente e incluso incursiones asola-
doras de Teodorico por la Tracia (los territorios resecados del bajo Danu-
bio no podí an alimentar ya a su gente) Zenó n le encomendó formalmente
una campañ a contra Odoacro, el «dominador violento» (Procopio). 53
Odoacro era esciro o rugió y, en todo caso, germano y amano. Inves-
tido rey el 23 de agosto de 476, aunque jamá s llevó pú rpura ni diadema,
dominó Italia durante trece añ os, desde los Alpes hasta el Etna. Genseri-
co le cedió en 477 Sicilia a cambio de un tributo. Posteriormente, cuando
amenazó tambié n con irrumpir en el Imperio oriental coincidiendo con la
devastació n de Tracia por Teodorico y con la rebelió n de Illos, hechos
que pusieron en gran aprieto al emperador, é ste acudió al bien probado
recurso de poner fuera de juego a unos germanos sirvié ndose de otros,
espoleando a los rugieres a invadir Italia. Pero Odoacro se les adelantó y
en dos campañ as, añ os 487 y 488, aniquiló su paí s (situado en la actual
baja Austria en la orilla izquierda del Danubio) y a la mayor parte de su
pueblo: guerra no só lo entre dos tribus germanas, sino tambié n entre cris-
tianos, pues los rugieres eran asimismo amañ os. Zenó n, sin embargo, se
reconcilió de nuevo con Teodorico, sometió a Illos en 488, lo mandó de-
capitar y, aquel mismo añ o, lanzó al rey de los ostrogodos contra Odoa-
cro a quien consideraba usurpador y tirano, y a quien só lo habí a admitido
como gobernador a regañ adientes. Zenó n, «maestro en el arte de sacar
partida de las situaciones», como hace constar Procopio, sedujo a Teodo-
rico con la perspectiva de «ganar para sfy para sus godos todo Occidente
tras someter a Odoacro. Para é l, miembro del senado romano, serí a en
efecto má s digno debelar a un dominador violento e imperar despué s so-
bre Roma e Italia, que involucrarse en una peligrosa lucha con el empe-
rador. A Teodorico le alegró sobremanera la propuesta y emprendió ca-
mino hacia Italia con todo el pueblo godo». 54
Esto sucedió en el otoñ o del añ o 488.
Teodorico partió de Mesia con sus guerreros, sus mujeres y sus niñ os,
pero en modo alguno con todo su pueblo, una parte del cual se quedó en
los Balcanes. Tomaron parte, en cambio, pueblos de otros orí genes hasta
llegar a un total de 100. 000 o, quizá, 200. 000 personas. Tal vez eran mu-
chos menos. En todo caso eran muchos menos que los habitantes de la
Roma de entonces. «Todo el mundo -escribe un contemporá neo, el obis-
po Enodio de Paví a- se vení a encima, en carros que les serví an de casas,
rapiñ ando hacia sus tiendas mó viles todo cuanto caí a en sus manos. » Por
cierto que tambié n estos godos, recordé moslo, eran cristianos. De cami-
no y a su paso por Rumania, exterminaron a la casi totalidad de los gé pi-
dos, una tribu emparentada con ellos y tambié n cristiana, pero que les era
hostil. En una situació n extremadamente crí tica de la batalla, Teodorico
hubo de exponerse en primera fila y, segú n una fuente muy antigua, cau-
sar estragos «como un torrente desbocado en los sembrados o como el
leó n en un rebañ o». Despué s, en la Italia septentrional, hubo una guerra
encarnizada de cuatro añ os y rica en vicisitudes, con deserciones y trai-
ció n en ambos campos contendientes y a resultas de la cual toda aquella
regió n, y en especial Liguria, sufrió una devastació n horrible.
Por lo pronto, Teodorico venció a Odoacro con un gran ejé rcito, re-
forzado por otras huestes germá nicas, en el verano y el otoñ o, junto al rí o
Isonzo y cerca de Verona, cuyo rí o, el Adige, vio obstruido su caudal por
la masa de cadá veres de los guerreros. Despué s de ello, Milá n le abrió
sus puertas, probablemente bajo la influencia del obispo local, Lorenzo,
quien desde el comienzo de la guerra apostó por Teodorico, el má s fuerte
(convirtié ndose bajo su reinado, tal vez, en el prelado má s poderoso de
Italia. Tambié n el obispo de Ticino-Paví a hizo una visita de presentació n
al á malo en Milá n). El 11 de agosto de 490 tuvo lugar una dura batalla
junto al Adda, en la que Teodorico, apoyado por el rey visigodo Alari-
co II, obtuvo una tercera victoria a pesar de sufrir grandes pé rdidas.
Como en ocasiones anteriores, el desesperado Odoacro se retiró a Rave-
na, su ú ltima plaza fuerte. Los godos lo cercaron y sometieron a un asedio
de dos añ os y medio a la ciudad, casi inaccesible a causa de las lagunas,
pantanos y terraplenes; una de las fortalezas má s fuertes, casi inexpugna-
ble, de aquel entonces: fue la «Batalla de los Cuervos», de que habla la
saga. Ni los atacantes podí an avanzar, ni los defensores hallar un respiro
a causa de la merma continua de sus filas. Pero el agresor pudo bloquear
Ravena por mar, a partir del verano de 492, cuando se procuró barcos en
Ariminio. El 25 de febrero de 493, el arzobispo Juan de Ravena medió
hasta conseguir un tratado segú n el cual ambos reyes ejercerí an su domi-
nació n sobre una Italia dividida en partes. El 26 de febrero, los portones
de Clasis se abrieron a Teodorico. El 5 de marzo, el arzobispo lo condujo
a Ravena en solemne procesió n, entre cruces, penachos de humo y cá nti-
cos de salmos. Sin embargo, dí as má s tarde, Teodorico invitó a Odoacro
a reunirse con é l en el palacio imperial de Lauretanum y, ante las vacila-
ciones de los asesinos comisionados al efecto, abatió con su propia espada
-y quebrantando su juramento- a su socio germano, sexagenario e inde-
fenso: un cristiano amano a otro cristiano amano. «¿ Dó nde está Dios? »,
dijo Odoacro cuando el primer golpe de espada le hirió en la claví cula. Y
Teodorico, al ver como su segundo golpe partí a en dos a Odoacro hasta
casi la mitad de su cuerpo dijo: «Este engendro no tiene ni un hueso en el
cuerpo». A continuació n aniquiló a la familia de Odoacro. Al hermano lo
atravesó de un flechazo en una iglesia. A su hijo Thela lo hizo deportar
primero y ejecutar despué s. A su mujer Sunigilda la condenó a morir de
hambre. Aparte de ello, las tropas de Odoacro, juntamente con sus fami-
liares, fueron totalmente exterminadas a lo largo y lo ancho de Italia por
orden del á malo. 55
¡ Teodorico el Grande!
Ahora era señ or ú nico de Italia, si bien bajo la superior soberaní a del
emperador de Oriente. Y este sanguinario vencedor, alumno aventajado
del arte cristiano de matar, organizador de una masacre que recuerda viva-
mente al espantoso bañ o de sangre tras la muerte de Constantino, quien
como soberano amaba perlas de la retó rica pí a como «pí etas riostra»,
«providentia nostra», etc. y se sentí a plenamente como rey por la gracia
de Dios. Era tambié n el caso de Constancio II, «el primer representante de
los ungidos por la gracia de Dios» (Seeck) quien, pese a la extensa dego-
llina practicada previamente entre sus parientes, se sentí a como soberano
especialmente enviado por Dios hasta el punto de poder declarar: «Que-
remos que en todo momento se nos celebre por nuestra fe [... ]». Teodori-
co, el rey germá nico por la gracia de Dios, decí a ahora por su parte: «Con
la asistencia divina, todo cuanto deseamos se someterá a nuestra volun-
tad». O bien: «Reinamos con la ayuda de Dios». Por todas partes ordenó
el sostenimiento de las iglesias amanas y é l mismo erigió en Ravena un
templo a san Martí n, al lado mismo de su residencia, y reconstruyó la Ba-
sí lica Herculis. Lo cual no es ó bice para que fuese, al menos entonces (y
por lo tanto en té rminos absolutos) «ladró n y asesino» y por cierto uno de
«rango má ximo» (De Ferdinandy). 56
Los godos de su tiempo eran «foederati» y no ciudadanos romanos.
Só lo ellos, sin embargo, podí an ser soldados. A los romanos se les vetó el
servicio militar, a excepció n de algunas tribus belicosas de las regiones
fronterizas. Pero al igual que en el caso de los cató licos romanos, tampo-
co los arrí anos hallaban en el cristianismo un impedimento para la gue-
rra. Al contrario: las prescripciones eclesiá sticas se tomaban, al parecer,
muy en serio y Teodorico mismo se preparaba antes de cada acció n mili-
tar con oraciones y penitencias. En su orden de movilizació n para su
campañ a en las Gallas podí a leerse: «Má s que persuadirlos al combate, a
los godos les basta simplemente con que se lo anuncien, pues una estirpe
belicosa halla su placer (gaudium) en ponerse a prueba en aqué l». (Tam-
bié n Gundobad, el piadoso rey de los borgoñ ones, cuyos prí ncipes eran
muy adictos a Roma, habí a aprovechado el conflicto en que se desangra-
ban los cristianos germá nicos para emprender una expedició n de pillaje a
Liguria, de donde se trajo muchos prisioneros. )57
Inmediatamente despué s de la victoria de Teodorico, buena parte de
Italia del sur y del centro -y con mayor razó n aú n Roma, que ya habí a
cerrado sus puertas a un Odoacro, cuya estrella declinaba- y hasta la
misma Sicilia se declararon en favor de este rey, cuyo Imperio ostrogodo
se extendí a desde Hungrí a y las antiguas provincias romanas al norte de
los Alpes hasta el sur de las Gallas, Imperio que durarí a, no obstante, tan
só lo sesenta añ os hasta ser definitivamente aniquilado, en 553, en la ba-
talla del Vesubio (vé ase capí tulo siguiente).
Pertenecí an a los territorios de asentamiento gó tico, en sentido má s
estricto, Samnio, Piceno, Tuscia del Norte, Emilia, Venecia y, de modo
especial, las tierra al norte del Po. De forma má s dispersa, los godos se
establecieron en Dalmacia, Istria, Savia y Panonia. En la polí tica exte-
rior, Teodorico consiguió una posició n dirigente gracias a sus alianzas
con todos los Estados germá nicos. Se casó con la hermana del merovin-
gio Clodoveo, entregó en matrimonio sus hijas a los reyes visigodos y
vá ndalos y su nieta al rey de los turingios. 58
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