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Peregrinación y milagro: Hacia el marketíng de los «lugares milagrosos»




El metropolitano de Seleucia, el arzobispo Basilio, era sin ninguna duda
el hombre adecuado para despertar confianza. En la disputa eutiquiana
apareció en el añ o 448 como adversario cató lico de Eutiques, un mono-
fisita extremo. Un añ o despué s, en el «latrocinio» de É feso, rá pidamente


se pasa al bando de los «herejes» victoriosos dirigidos por Dió scoro y se
convierte en monofisita. Pero dos añ os má s tarde, en el Concilio de Calce-
donia, vuelve a cambiar de bando, pasá ndose a los que ahora se alzan con
la victoria y vuelve a ser cató lico, só lo para continuar siendo obispo. 101

La credibilidad de este hombre queda igualmente reflejada en sus dos
libros Sobre la vida y los milagros de santa Tecla: nuevas mentiras que
completan la novela de Tecla, que la continú an y que se convierten en
fuente principal del culto. Basilio tení a naturalmente el má ximo interé s
en promocionar a la «santa» de su sede episcopal. Escribe: «Desde su san-
tuario enví a ayuda contra cualquier padecimiento y contra todas las en-
fermedades que requieren curació n y por las que se ruega, de modo que el
lugar se ha convertido en un centro sagrado y lugar de asilo para todo
el paí s. Su iglesia nunca está vací a de peregrinos, que acuden proceden-
tes de todas partes, unos por la eminencia del lugar y para rezar y para
llevar sus ofrendas, y otros para obtener curació n y ayuda contra las en-
fermedades, las aflicciones y los demonios». 102

El arzobispo Basilio no se ve en condiciones de recopilar todos los mi-
lagros producidos por mediació n de Tecla, informando sobre 31 de ellos.
Una parte los habí an transmitido con anterioridad hombres y mujeres aman-
tes de la verdad, y otra parte tienen lugar en su tiempo. Tambié n é l los ha
vivido, le liberaron de un intenso dolor de oí dos; el sofista Aretarco se curó
de su enfermedad renal; un hombre adú ltero volvió con su mujer. La ho-
nesta Calixta, a la que desfigura la pó cima de una prostituta -má s tarde
lo hace la «bruja»-, recibe mediante Tecla gracia y belleza y de esta ma-
nera tambié n recupera a su marido adú ltero. La «santa» cura, incluso ayu-
da a los judí os, hace desaparecer una epidemia de los animales. Cuando
una grave enfermedad ocular flagela a la regió n y los mé dicos se ven im-
potentes, las gentes acuden en masa, llorando y jubilosas, al agua de «Te-
cla» y en tres o cuatro dí as todos, todos está n sanos, menos unos pocos
«incré dulos», «pecadores», que ahora se quedan completamente ciegos. 103

Si se trata de su peregrinació n. Tecla no duda en hacer un milagro pu-
nitivo, incluso dentro de sus propias filas, como contra aquel prí ncipe de
la Iglesia que prohibió acudir allí a los miembros de su dió cesis. Cuando
el obispo de Tarso, Mariano, tuvo que ajustar las cuentas al obispo De-
xiano de Seleucia, prohibió sin má s ni má s la peregrinació n a santa Te-
cla, a la que se acudí a desde Tarso en procesiones de varios dí as. Esto no
podí a tolerarlo «santa Tecla». Una noche -un hombre llamado Castor lo
vio- persiguió furiosa a Mariano por toda la ciudad y pocos dí as despué s
el obispo encontró la muerte. 104

Como entre los paganos, tambié n entre los cristianos el milagro de-
sempeñ aba un papel principal. Por lo tanto, para aumentar el atractivo de
un centro de peregrinaje, habí a que hacer una promoció n intensa, sobre
todo con curaciones. En muchos libros de milagros ocupan gran parte, con


Cosme y Damiá n, Ciro y Juan y con Artemio casi la totalidad. Otras co-
lecciones de estos libros sobre milagros, que de un modo formal son casi
copia exacta de los aná logos paganos, incluyen los hechos de los santos
Tecla, Terapon, Teodoro, Menas y Demetrio en Oriente o colecciones de
los milagros de los santos Esteban, Juliá n o Martí n en Occidente. Para un
perí odo de varios siglos, que es lo que abarcan estas obras, ofrecen rela-
tivamente pocos milagros, pero esa pequeñ a selecció n se repite innume-
rables veces. En algunos de estos libros, como los de Tecla, Ciro, Juan y
Esteban se citan con datos «exactos» las personas curadas. 105

Otra tarea era la preparació n psicoló gica de los peregrinos, su predis-
posició n espiritual a la potencial curació n. Para reforzar su confianza era
necesario leerles primero esos milagros. Al igual que en los santuarios
paganos, habí a entre la masa de los creyentes, de los confiados, suficien-
tes escé pticos y su opinió n tení a seguramente mayor peso, má s fuerza de
convicció n, que la creencia de los restantes en los milagros. Estos libros
relatan de vez en cuando, exactamente lo mismo que las inscripciones
paganas en Epidauros, historias de no creyentes que cambian de opinió n
al ser testigos de una curació n. 106

De todos modos, la inmensa mayorí a volví an sin haberse curado, sin
consuelo, lo mismo que sucede hoy en los centros de peregrinaje, lo que
dañ a a la fe tanto como al negocio. Y aunque se hací a y se hace mucho
má s eco de los pocos que se curan que de los muchos sin curar, las colec-
ciones de milagros no pueden ignorar este aspecto. Por lo tanto, a todos
aquellos cuyos ruegos no son atendidos se les tacha de pecadores y ya
que todos los seres humanos son «pecadores», no se podí a fallar el tiro. 107

Otro truco no menos burdo consistí a en que se consolaba a los pere-
grinos dicié ndoles que muchos no se curaban hasta que no volví an a su
casa. De esta manera se intentaba retener a los candidatos inseguros. Por
ú ltimo, los libros de milagros no dejan de insistir en que los peregrinos
no só lo obtienen la curació n del cuerpo sino tambié n del alma. Pero un
procedimiento de este tipo no lo podí an ver en el peregrino alguien ajeno
o un extrañ o. De este modo infinidad de ellos podí an considerarse cura-
dos sin estarlo. 108

Conocidos Padres de la Iglesia han participado en la transmisió n de
las curaciones milagrosas en los centros de peregrinaje. Así, hacia me-
diados del siglo v, Sozomeno relata las obras milagrosas del arcá ngel
Miguel en Anaplus. Paulino de Ñ ola ensalza en poesí as los milagros pro-
ducidos en su ciudad episcopal. Y san Agustí n intentó incluso hacer un
registro formal de los milagros y en consecuencia encargó los «libelli». 109

No podemos ver todos los lugares de peregrinaje gratificantes que hubo,
pero sí los tres o cuatro má s milagrosos.


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