El Lourdes protocristíano
Uno de los lugares de peregrinació n má s famosos de la Antigü edad, un
«Lourdes protocristiano», se encontraba en Egipto, al borde del desierto
libio: el santuario de san Menas. Muchos diccionarios guardan silencio al
respecto. Incluso el Lexikon fü r Theologie und Kirche cató lico constata
la «ausencia de noticias histó ricas» sobre Menas, aunque hay un «exube-
rante rosario de leyendas» pero «sin valor histó rico». El cuerpo de este ex-
trañ o santo (festividad en casi todos los martirologios el 11 de noviem-
bre) encontró reposo eterno en el mismo lugar de su martirio, segú n una
versió n y segú n otros cuentos en su patria. 110
San Menas, con cuya historicidad se está en la misma situació n que
con la de santa Tecla, fue el santo nacional má s popular de Egipto, alcan-
zando incluso «fama europea» (Andresen). Tambié n ascendió cuando los
cató licos, sú bitamente militaristas, eliminaron de su calendario de santos
los objetores al servicio militar cristiano sustituyé ndolos por «divinidades
guerreras» (Cristo, Marí a, Ví ctor, Jorge, Martí n de Tours, etc. ) y que se
hicieron cargo exactamente de la misma funció n que los dioses soldado
paganos. Y ya en los siglos iv y v todo el orbe cristiano rinde tributo al mis-
terioso santo del desierto. Pronto hay iglesias de san Menas no só lo en
Alejandrí a, el antiguo Cairo, en Tura, Taha, Kus, Luxor y Assuan, sino tam-
bié n en Palestina, Constantinopla, el norte de Á frica, Salona, Roma (donde
el papa Gregorio I predica en la iglesia de san Menas situada en la carre-
tera a Ostia), en Arles, en el Rin, en el Mosela y otros muchos lugares. La
aureola de leyendas egipcias genera nuevas aureolas de leyendas extra-
egipcias. Menas se convierte sobre todo en patró n protector de los co-
merciantes, se le invoca como «auxiliador en casos de graves dificultades»,
para «recuperar objetos perdidos» (Sauer), se convierte en salvador para
peligro de muerte, vengador del perjurio, para lo que en Roma tambié n
está san Pancracio. Menas realiza milagro tras milagro, en seres humanos
y, con sorprendente frecuencia, en animales; protege la castidad de las pe-
regrinas, salva a los peregrinos de morir de sed, resucita a muertos, aun-
que casi siempre se trata de milagros ya conocidos de las historias paga-
nas de prodigios. En resumen, siguiendo un antiguo texto etí ope: «Y todo
el pueblo, que sufrí a las má s diversas enfermedades, acudió a la tumba del
Abba Minas y sanaron por el poder de Dios y mediante la intercesió n de
san Minas». m
En el desierto de Auladali, entre Alejandrí a y el valle de salitre, surgió
en un oasis antañ o rico en agua toda una ciudad de Menas con iglesias,
monasterios (abarcaban cerca de 40. 000 m2), necró polis y naturalmente
albergues para acoger a los cristianos procedentes de todos los paí ses.
Dí a y noche ardí an las lá mparas de los fieles ante la tumba del santo. «Y
cuando alguien recoge aceite de una de estas lá mparas -afirma el texto
copto del Menasvita-, y frota con é l a una persona enferma, é sta se cura
del mal que la aquejaba. » El aceite era muy apreciado en aquellos prime-
ros siglos como «eulogia de peregrinos»; el aceite de las lá mparas y la
cera de las velas que ardí an en la tumba del má rtir eran considerados por
todo el Occidente y Oriente cristianos como lo mejor de lo mejor de la
«medicina pastoral». Los santos lo prescribí an en «instrucciones en sue-
ñ os» con má s frecuencia que ningú n otro «medicamento», y muchos cre-
yentes llevaban consigo de modo permanente esos aceites y ceras como
un profilá ctico. 112
Pero en el «Lourdes protocristiano» se valoraba todaví a má s el agua,
aunque esta veneració n era ya muy grande en el antiguo Egipto. (Tam-
bié n se peregrinaba a la santa fuente del monasterio de El Muharrakah,
en el sur de Egipto, que al parecer bendijo el propio «Salvador». ) Una
fuente milagrosa regaba en la ciudad de Menas las celdas de bañ o del in-
terior de una basí lica de tres naves. Y por supuesto, prosperó allí toda una
industria de las devociones. Habí a numerosos hornos de alfarero que (en
tres tamañ os distintos) producí an las «ampollas de Menas» de doble asa,
que solí an llevar grabado el presunto retrato del santo entre dos camellos;
y para los peregrinos de Sudá n, ¡ con rasgos de negro! Las ampollas, que
muestran a Menas tambié n como un negro, todaví a existen. (En otros lu-
gares, por ejemplo en Italia, toda una industria cristiana producí a ampo-
llas con la imagen de santa Marí a, de Pedro, de André s, de Tecla. ) Estas
ampollas, lo mismo que las figuras de Menas talladas en marfil y otros
«objetos sagrados», se colocaban sobre la tumba del hé roe, con lo cual
protegí an contra la desgracia y los males. El «agua curativa» se enviaba a
todo el mundo -en la costa dá lmata, en Salona-Spalato (Spiit), se suponí a
que habí a un depó sito de eulogias, en Colonia se encontraban ampollas
de Menas-, lo que reportaba dinero, ricas donaciones, costosos exvotos,
por no hablar del lujoso equipamiento de las iglesias. Ademá s, puesto que
la voluntariedad de dejarse sangrar el bolsillo tení a sus lí mites, se impu-
sieron unas tasas fijas a favor de los centros de gracia. Las excavaciones
hechas en los residuos de las matanzas de los monasterios han sacado a la
luz una cantidad enorme de crá neos de cerdo, por lo que se supone que el
santuario poseí a tambié n muchos de estos animales, a quienes «Menas»
debí a proteger de los peregrinos rapaces. 113
El «Lourdes protocristiano» era tan rico que el emperador Zenó n, un
antiguo cabecilla de ladrones isaurio, muy odiado por el pueblo pero que
como potentado era un diligente peregrino a Menas, convirtió el centro
de peregrinaje en una guarnició n de 1. 200 hombres para protegerlo de los
ladrones. Sus sucesores construyeron en el siglo vi, a lo largo de las ca-
rreteras que atravesaban el desierto, hospicios, centros de compra, depó -
sitos de equipaje, lugares de descanso, puntos de agua, y todo ello para
mayor comodidad de los cristianos en peregrinaje... y para riqueza del
santuario. En esa é poca alcanzó su má ximo apogeo. En el siglo vni fueob-
jeto de varios saqueos por parte de los musulmanes; despué s, só lo les be-
duinos pasaban allí el invierno, y al final, todo quedó cubierto por las are-
nas del desierto... '14
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