o sobre «el dominio de la vida»
La idea de poder llegó a ser un motivo esencial de conversió n. Así pues, cuanto habí a de eficaz en lo poderoso y má gico, en los amuletos, los orá culos y las palabras de encantamiento de los cultos paganos fue superado por la fuerza y la magia todopoderosa de la fe cristiana, y especialmente con el culto de los santos y de las reliquias. Pero donde se muestra con mayor seguridad la fuerza sobrenatural de la fuente es con la potencia del í dolo cristiano en la guerra, y dentro de la guerra en la batalla. «Cristo se muestra aquí como el auxiliador, por lo que está en el á mbito vital má s propio de los germanos; y desde allí se convierte ya en el salvador» (Schmidt). 14 Por lo demá s, con su aceptació n por los germanos el cristianismo tambié n se nacionalizó y germanizó desde el principio. Y no só lo en los poemas é picos aparecí a Cristo a los ojos germanos como una especie de rey popular y cantonal. Los francos se consideraban de inmediato como su cortejo especial, su pueblo elegido y preferido. Los guerreros se agrupaban a su alrededor, igual que se agrupaban alrededor de los prí ncipes. Tambié n el santo es sentido ahora como heraldo de Cristo y de Dios; la idea germana de seguimiento afecta tambié n a su relació n con Dios. En una palabra, los conceptos cristianos tradicionales se llenan «de un contenido totalmente nuevo: el contenido germá nico, aristocrá tico y guerrero» (Zwolfer). «De la religió n de la paciencia y el sufrimiento, de la huida y negació n del mundo los germanos medievales hicieron una religió n belicosa; y del Varó n de dolores un rey de los ejé rcitos germá nico, que con sus hé roes recorre y conquista las tierras y a quien hay que servir mediante la lucha. El cristiano germano combate por su Señ or Cristo, como combate por el señ or terreno al que sigue; hasta el monje en su celda se siente miembro de la militia Christi» (Dannenbauer). 15 Y naturalmente el clero supo hacer que los germanos se sintieran orgullosos de haberse convertido a la cruz romana. En el pró logo a la Lex Sá lica, el derecho hereditario má s antiguo de los francos, se exalta así el hecho de la conversió n: Í nclito pueblo de los francos, por Dios mismo creado, valiente con las armas, firme en la alianza de paz, profundo en el consejo, de gran nobleza corporal, de pureza incontaminada y de complexió n superior, audaz, pronto y fogoso, se convierte a la fe cató lica, libre de herejí a... 16 En efecto, de acuerdo con la doctrina cristiana todos los pueblos han sido creados por Dios; pero la adulació n siempre es mayor allí donde má s se necesita. De ese modo los francos aparecen aquí ocupando el lugar del pueblo elegido de la Biblia, del pueblo de Israel. Y en un pró logo má s reciente a la mentada Lex Sá lica tambié n figura Cristo como el legí timo soberano de la gens Francorum. Aparece «personalmente al frente de los francos». Ama a quienes son muy superiores a la antigua potencia mundial, «el pueblo elegido de una alianza nueva». «Ellos han vencido a los romanos y han quebrantado el yugo romano. »17
Entre los francos, que fueron los primeros en tributar una veneració n especial a san Jorge, el debelador del dragó n, y má s tarde al ex espadó n Martí n de Tours, el papel principal lo jugaba el ejé rcito, y en é l la tropa de a pie, que por lo general combatí a en forma de cuñ a. Al principio los jinetes eran escasos, pues los caballos se utilizaban normalmente como animales de carga (só lo en 626, bajo Clodoveo II, se llevó a cabo el primer ataque de la caballerí a franca contra los sajones). El nú cleo de las huestes combatientes muy dispersas lo formaban los que a veces se denominan «robustiores», los má s fuertes, los «combatientes de selecció n». Como arma nacional se demostró la má s eficaz el hacha arrojadiza, llamada «Francisca», que tambié n se empleaba en la lucha cuerpo a cuerpo. Un acreditado instrumento de pacificació n, y utilizado a menudo, fue la espada franca, el arma de los caudillos: era la spatha, una espada larga de doble filo. El arma del hombre «comú n» era el scramasax, un arma corta y de un solo filo, que a finales de la é poca carolingia se difundió tambié n del norte de Europa hasta Oriente. La daga la hendí an preferentemente aquellos combatientes cristianos en la axila. Tampoco la lanza y el venablo debieron de escasear, en tanto que se emplearon poco el arco y las flechas. 18 ¿ Sorprende la enumeració n del arsenal de combate y de la muerte? Y sin embargo ¿ no descansan ahí los fundamentos de la «cultura» cristiana occidental? ¿ No descansan en «the most efficient military machine in Europe» (en la má quina militar má s eficaz de Europa)? (Mckitte-rick). O, como dice en el epí logo un «historiador de la guerra»: «¡ Qué impresionante e iluminador aparece todo, cuando la historiografí a se atreve a irrumpir en la vida! ». '9 Sin duda alguna que muchos prí ncipes germanos se convirtieron por motivos meramente polí ticos. Adoraban en Cristo al «Dios fuerte», y en especial al capitá n superior, al que otorgaba la victoria. Así, el franco Clodoveo, así Edwin de Northumbria y los vikingos, todos los cuales se hicieron bautizar despué s de haber emitido un voto y haber llevado a cabo una matanza. Y así como el viejo Odí n fue tenido por «dios y señ or de la victoria» y a Wotan (nombre de Odí n en el sur) se le consideraba un dios guerrero, así tambié n se ve ahora a Cristo. Ocupa el lugar de los
antiguos dioses de la batalla, se le politiza y mitifica, presentá ndolo «casi como un dios nacional» (Heinsius). Y para cada rey cristiano será desde ahora cuestió n de honor el combatir «a los bá rbaros, quienes por su misma condició n de paganos está n fuera del orden del mundo». 20
Los francos, educados en el fanatismo creyente, consideraron como su deber y derecho el «combatir por Cristo» (Zollner). Y todaví a en los siglos vii-vin los cristianos francos se hací an enterrar con sus armas, de acuerdo por entero con la vieja creencia pagana de la supervivencia despué s de la muerte. En una lá pida sepulcral (encontrada en el cementerio franco de Niederdollendorf, cerca de Bonn) aparece incluso Cristo resucitado sosteniendo en su mano derecha la lanza, el signo germá nico de soberaní a, en vez del bá culo de la cruz. 21 Se comprende que el Antiguo Testamento, tan sanguinario a menudo, sintonizara con los hombres de la Edad Media mejor que el Nuevo Testamento en parte pacifista; y se comprende que se exaltase a los reyes veterotestamentarios proponié ndolos como modelos de los prí ncipes francos, a quienes gustaba compararse con ellos. Para el historiador Ewig ello constituye un nuevo estadio «en la cristianizació n de la idea de rey».
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