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El santo de Metz reo de alta traición




 

Ya al poco de hacerse con el poder Clotario II habí a habido en Burgundia una conjuració n, en la cual habí a jugado un papel importante un pastor de la Iglesia.

En el conflicto en torno a la reina Brunichilde habí an sido eliminados varios personajes relevantes del regnum Burgundiae, como el mayordomo Protadio (604) y su enemigo el patricio Wulfo. Clotario II nombró duque al herpo del «cantó n transjurá sico», en el oeste de la Suiza actual; se trataba de un francoburgundio que se habí a pasado a su bando desde el comienzo. Pero fue tambié n asesinado por orden del patricio Aletheo, asimismo desertor en 613, y del obispo Leudemundo de Sitten. É ste corrió a la corte, que por entonces se encontraba en Marlenheim cerca de Estrasburgo y notificó a la reina Berthetrude que su esposo morirí a y que Aletheo, un (pretendido) vá stago real burgundio, sustituirí a en el reino y en el lecho al rey eliminado. El obispo de Sitten aconsejó a Berthetrude que enviase a la ciudad y se apoderase en cuanto pudiera del tesoro estatal. Clotario, que tuvo noticia de la conspiració n, marchó a sangre y fuego contra los levantiscos e hizo ejecutar a Aletheo, aunque perdonó la vida al obispo Leudemundo, que se habí a refugiado en el monasterio de Luxeuil. 10

Mucho má s implicado en la gran polí tica se vio el traidor Arnulfo, el fundador de la casa carolingia.

Este vá stago de un linaje asentado entre Metz y Verdun, hijo de «padres distinguidos y muy acaudalados», como da por cierto su Vita, habí a entrado ya de muchacho en la corte del rey austrio Teudeberto II (595-612) y má s tarde como domesticas —cargo que por entonces mediaba entre los comité s (condes) y los duces (duques)— llegando a mandar sobre una serie de cantones fiscales, sobre seis realengos.

Gracias a ello habí a ayudado, junto con Pipino el Viejo y una oposició n de la nobleza austria, al neustrio Clotario II a hacerse tambié n con el dominio sobre Austrasia y Burgundia; habí a llamado al enemigo del paí s contra la propia casa real, con lo que é ste habí a penetrado en 613 hasta Andernach. Y gracias a ello ya al añ o siguiente el traidor Arnulfo fue nombrado obispo de Metz, pastor supremo de la capital del paí s, a cuyos reyes traicionó. Naturalmente que el futuro obispo santo —como señ ala su bió grafo, un monje coetá neo— aceptó só lo «con lá grimas y a la fuerza, porque así agradaba a Dios». Y mientras presidió el obispado obtuvo asimismo —y desde luego tambié n una vez má s «contra su propia voluntad»— «el puesto de mayordomo de la corte y la direcció n del palacio real». (El otro traidor, aludido aquí por vez primera, el amigo Pipino el Viejo, acabó siendo mayordomo en la corte de Dagoberto I. ) Y para que no cayese sombra alguna sobre el rebelde,


pronto se santificó cuanto le rodeaba: su mujer, la noble santa Ita; las hijas, santa Gertrude y santa Begga; la hermana, santa Amalberga, «y algunos otros parientes colaterales» (Mü hlbacher); unas y otros venerados hasta hoy, al menos en Bé lgica.

Segú n parece, la conciencia atormentaba al desleal Arnulfo por sus infamias, que marcan un hito en la historia, y en alguna ocasió n planeó su entrada en un monasterio. Prefirió, sin embargo, ocupar la sede episcopal de Metz (614) y en 623, tras el nombramiento de Dagoberto I, hijo de Clotario, como virrey de Austrasia, asumió con Pipino el gobierno de regencia.

El alevoso cambio de frente del «muy bienaventurado señ or obispo» Arnulfo (beatissimo vero Arnulfo pontí fice: Fredegar) se lo habí a hecho pagar. Y, por decirlo de alguna manera, Arnulfo alterna entonces las funciones militares con las pastorales. Militarmente actuó, por ejemplo, en Turingia en 624 y en el aplastamiento de la rebelió n del maniobrero Crodoaldo, cuya «cabeza fijó en la puerta de su alcoba» (Fredegar). «¿ Quié n podrí a describir su valor en la guerra, su arte en la conducció n de las tropas? A menudo superó en la lucha a los escuadrones de pueblos enemigos», comenta con entusiasmo la Vita Arnulfi (redactada por varios testigos presenciales). Tambié n como padre conciliar defendió el obispo Arnulfo la buena nueva cristiana en los sí nodos de Reims (626) y de Clichy (627), antes de retirarse efectivamente en 629 a una vida sedentaria en el territorio de los Vosgos, cerca del monasterio de Remire-mont.

Ya a finales del siglo viii empieza su veneració n litú rgica y se menciona por vez primera la fiesta de san Arnulfo. Uno de sus hijos, Clodulfo, fue asimismo venerado como santo y nombrado tercer sucesor de su padre en la sede episcopal de Metz (que ocupó 42 añ os), siendo por lo demá s persona tan insignificante que Paulo el Diá cono, el cronista má s antiguo de la iglesia de Metz, no sabe destacar otra cosa en é l sino que fue hijo de su padre, «un vá stago de noble tronco». El otro hijo de san Arnulfo y de su esposa Doda (por supuesto asimismo «hija de una noble casa», que despué s entró en el monasterio de Tré veris), llamado Ansegisel (Adalgisel), caí do má s tarde en el curso de las luchas nobiliarias, desposó a Begga, la hija mayor de Pipino el Viejo. De su matrimonio nació Pipino el Medio. "

Tambié n en Burgundia se dejó sentir má s tarde y con gran fuerza la ambició n de poder de los obispos. Así lo prueban las actuaciones de pastores como Leodegar de Autun, Genesio de Lyon, Savarich de Au-xerre y su sucesor Hainmar. É ste parece que hasta se adueñ ó de todo el ducado de Burgundia y que colaboró con el levantisco duque Eudo de Aquitania. Por orden de Carlos Martell el obispo Hainmar acabó siendo hecho prisionero y asesinado en un intento de fuga. 12


 

El añ o 622-623 Clotario y su hijo Dagoberto hicieron de nuevo la guerra contra los sajones con gran contingente de fuerzas, comportá ndose bá rbaramente contra su caudillo. «El rey devastó todo el territorio sajó n, exterminó a su població n y no dejó con vida a nadie que fuese má s alto que su espada, la llamada Spada. El rey lo estableció como ejemplo en aquella regió n... » (Lí ber historiaefrancorum). Clotario murió en 629 y fue enterrado en la iglesia de San Vicente en Parí s. 13

 

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