Misión y matanza
Bajo Dagoberto I, entre cuyos consejeros principales se contaban Arnulfo, obisto de Metz, y el obispo de Colonia Kuniberto, se combatió cada vez má s contra el paganismo de la ribera izquierda del Rin y fueron bautizados a la fuerza todos los judí os del reino. (Tambié n en el este se llevaron a cabo diversos ataques antijudí os y la expulsió n de los judí os de Jerusalé n. ) Y asimismo con un edicto que imponí a el bautismo
abrió Dagoberto la misió n de los frisones, a la que se habí a obligado formalmente el obispo Kuniberto. Y al igual que el rey guerreó en el sur, el oeste y el norte y del mismo modo que combatió a vascos, bretones, sajones y frisones, tambié n invadió el primer reino eslavo, el gran reino del mercader franco Samo, que se extendí a desde el Erzgebirbe o los Montes Metá licos hasta los Alpes orientales. En 631 quiso Dagoberto aplastarlo con ayuda de los longobardos y mediante un ataque en tenaza por el oeste y por el sur. Pero su ejé rcito acabó sufriendo una catá strofe en Wogastisburg (Kaachen junto al Eger) despué s de una batalla que duró tres dí as. Los serbios entre el Saale y el Elba, que ya estaban bajo la soberaní a franca, se unieron despué s a Samo, el cual gobernó durante 35 añ os. Por lo demá s, las tierras del Meno y el ducado de Turingia continuaron siendo, como lo habí an sido antes, regiones especialmente militarizadas, lí neas de vanguardia francas contra avaros y eslavos. Tal vez estuvo relacionado con el descalabro de Wogastisburg un espantoso bañ o de sangre del piadoso Dagoberto (con gran probabilidad) el añ o 631-632, cuando miles de bú lgaros habí an huido de los avaros a territorio de Baviera. Al norte de la actual Linz el rey hizo asesinar «en una noche» a quienes con sus mujeres y niñ os buscaban su protecció n, violando las leyes de la hospitalidad y para liberarse así de inmigrantes indeseados (y sobre todo de sus dirigentes). La ú nica fuente, que narra el genocidio de los bú lgaros, se encuentra en Fredegar (4, 72): «Tras su derrota fueron expulsados de Panonia los bú lgaros, 9. 000 hombres con mujeres y niñ os, que se volvieron a Dagoberto rogá ndole los acogiese en tierras francas para un asentamiento duradero. Dagoberto dio orden a los bá varos de que los acogiesen durante el invierno, mientras é l se asesoraba con los francos sobre lo que se harí a despué s. Cuando se hubieron distribuido entre las distintas casas de los bá varos, ordenó a é stos Dagoberto —tras haber tomado consejo de los francos— que cada uno de ellos matase una determinada noche a los bú lgaros con las mujeres y niñ os que tuviera en su casa. Y los bá varos lo llevaron a cabo de inmediato». Y de las 9. 000 personas só lo escaparon a la matanza 700 (que huyeron a travé s de la Marca de Windisch al ducado de Walluc). 17
El motivo principal de aquella inaudita carnicerí a fue probablemente «la aniquilació n de la clase dirigente bú lgara» (Stó rmer). En principio aquello nada tuvo que ver con la «misió n»; pero sí con una Ostpolitik, una polí tica oriental, que a su vez sí tení a mucho que ver con una «misió n». «Misió n, catolizació n y cura de almas aparecen en el siglo vi-vii en í ntima conexió n con el rey franco, con el duque delegado de Baviera y la aristocracia franca del oeste y del este», escribe Kari Bosi a rengló n seguido de narrar la gran matanza para añ adir despué s: «No es casual el nombre del ú ltimo gran rey merovingio Dagoberto I, que llevó a cabo una vigorosa Ostpolitik, fuertemente destacada en la Lex Baiuarium... Se sabe de la estrecha colaboració n entre Dagoberto y san Amando... ». Má s aú n, se sabe que el «rex torrens» fue tenido por santo al igual que otros asesinos de poblaciones enteras, como Carlomagno o como Carlos «el Grande». Y, finalmente, se sabe que san Amando reprochó al rey Dagoberto —«cosa que ningú n otro obispo se atrevió a hacer»— «capitana crimina» crí menes graví simos; aunque tales crimina, que un santo echó en cara a otro santo, se referí an menos a la vida sexual del soberano que a su actuació n violenta. 18 Pero eso fue una excepció n. Pues nada impidió a los viejos cronistas el que comparasen a Dagoberto, el gran degollador, el iniciador de la matanza bú lgara y hombre sin escrú pulos en general, con Salomó n, el «rex pacificas» por antonomasia, ni el que lo exaltasen como «benefactor de las iglesias» (ecciesiarum largitor), como «vigorosí simo padre nutricio de los francos» (fortissimus enutritor francorum), que procuró la paz a todo el reino y que se ganó el respeto de los pueblos vecinos; lo que tampoco impide que leamos: «Llenó de miedo y terror todos los reinos de su entorno» (Lí ber historiae francorum). No obstante lo cual, o precisamente por ello, el «grande» y «poderoso» rey merovingio, el amigo de los monjes, Dagoberto, que murió tras breve enfermedad el 19 de enero de 638-639, continú e viviendo todaví a hoy, y especialmente en Francia, como «el buen rey», como el «bon roi Dagobert». 19 A la muerte del rey, y de acuerdo con lo ordenado por é l, el reino franco se dividió entre sus dos hijos: Austrasia correspondió a Sigiber-to III y Neustria y Burgundia a Clodoveo II, que só lo contaba cuatro añ os, gobernando como regente la reina madre Nanthilde, aunque no sola. Como ambos sucesores al trono eran menores de edad, el poder real lo ejerció en cada territorio un mayordomo noble: Grimoaldo en Austrasia, Erchinoaldo en Neustria y Flaochad en Burgundia. 20 El mayordomo (maior domus, maestro de palacio), un viejo cargo presente en casi todas las tribus germanas, fue al comienzo un funcionario palaciego como muchos otros. Pero a finales del siglo vi pasó de ser administrador de la casa real a administrador de la economí a del Estado, aunque só lo entre los francos. Tomó el mando de las tropas palatinas, las «antrustiones», la guardia real, así como la superintendencia de los crondomanos, y pronto se convirtió en el cargo má s prestigioso y poderoso de la corte. Pasó a ser tambié n el educador del prí ncipe y el general en jefe de las fuerzas, una especie de regente, que gobernaba durante la minorí a del rey o en el gobierno dé bil del mismo. Mediaba entre é ste, al que apenas era inferior en poder tá ctico, y la alta aristocracia de la respectiva porció n del reino, bajo cuya influencia ya habí a caí do hacia el 600, como su representante frente al rey, actuando unas
veces en favor de los intereses de unos o de otros y sobre todo en favor de los propios. Ya en la lucha de aniquilació n de Fredegunde y de Brunichilde el mayordomo habí a participado de forma determinante. Y a fines del siglo vil, cuando ya se le dio el tí tulo de «virrey» y de «prí ncipe de los francos, cuando ya las partes del reino se habí an convertido definitivamente en reinos parciales, los mayordomos luchaban ya como verdaderos regentes por la soberaní a suprema. Por el contrario, los reyes merovingios fueron cada vez má s figuras decorativas, muñ ecos del trono. Rara vez alcanzaron los treinta añ os de vida. Vagaban en el lujo y la crá pula por cualquiera de sus grandes fincas, encarnando la figura del «roifainé ant», del rey holgazá n, aunque conservando ciertamente la legitimidad. 21 Antes de seguir bajo los ú ltimos movimientos agó nicos de esta dinastí a la llegada y triunfo de los carolingios, echaremos una ojeada de conjunto a la Iglesia cristiana, y especialmente al alto clero de la é poca. Podrá ser muy instructiva. CAPÍ TULO 9
LA IGLESIA EN EL PERÍ ODO MEROVINGIO
«El reino franco de los merovingios... fue una é poca bañ ada en sangre y asesinatos, llena de las tragedias má s espantosas, a la vez que repleta de celo creyente y de santidad. » franz zach, CATÓ LICO1
«Nadie en la historia volvió a fundar tantos monasterios... » P. laskoz
«... un periodo sangriento de la Iglesia franca». A. HUACK3
«Por doquier reinó la violencia desnuda [... ]; el espectá culo renovado de continuo de crí menes casi incalificables. » daniel-r. ops, CATÓ LICO4
En el perí odo merovingio Galia era ya fundamentalmente cristiana, y se cristianizó cada vez má s. Cierto que su inscripció n má s antigua, cristiana con toda seguridad, só lo procede del añ o 334 y de Lyon; pero hoy se ha perdido. Y cierto que por entonces los cristianos todaví a representaban una minorí a, incluso en las ciudades, en las que residí an los emperadores cristianos, y naturalmente sus colaboradores cristianos asimismo. Comoquiera que sea, la difusió n del cristianismo en las Galias ya habí a hecho evidentemente rá pidos progresos a finales del siglo ni, y segú n parece ya hacia 250 habí a allí obispos: en Toulouse san Saturnino, en Arles Marciano, en Parí s san Dionisio, y en Narbonne, donde algunas dé cadas despué s hay testimonios de un cementerio cristiano, un tal Pablo. Y en cualquier caso tales obispos, al igual que los de Tours, Clermont y Limoges, no eran en modo alguno delegados de Roma. La pretendida misió n romana es sin duda una falsedad del siglo v o del vi, una tentativa del papado por afianzar su autoridad. Y, naturalmente, semejante falsedad tení a tambié n que asegurar el origen apostó lico de dichos obispados galos. El mismo motivo se encuentra tambié n en Españ a. 5
Pero en el siglo iv pululan ya en las Galias las sedes episcopales. Tambié n en los territorios belga-germá nicos hay cada vez má s obispados: en Orleans, Verdun, Amiens, Estrasburgo, Espira, Worms, Basilea, Besancon, Chalon-sur-Saó ne... Para no hablar de otros má s antiguos, como eran los de Tré veris, Metz y Colonia, todos los cuales —al igual que los de Tongern y Maguncia— afirmaban con falsedad ser fundaciones de discí pulos de los apó stoles. A finales del siglo v, cuando Galia se convirtió en el «epicentro» de la historia de Occidente, allí ejercí an su ministerio unos 115 obispos, casi exclusivamente en ciudades. Y al acabar el siglo vi ocupaban el paí s galo 11 sedes metropolitanas con 128 dió cesis: la de Aries tení a 24 obispados. Burdeos 17, Bourges 9, Lyon 10, Narbonne 7, Reims 12, Rouen 9, Sens 7, Tours 8, Tré veris 9 y Vienne 5. 6
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