Главная | Обратная связь | Поможем написать вашу работу!
МегаЛекции

Ignorante, criminal en gran escala y buen católico




 

Cierto que esa é poca, una é poca de gentes ignorantes, supersticiosas, falaces y sangrientas como la que má s, no podemos enjuiciarla con nuestros modernos, ¡ oh y tan é ticos!, mó dulos modernos, no debemos actuar anacró nicamente contra la historia. Mas ¿ podemos y aun debemos medir esa é poca, una é poca totalmente cristiana, con unos criterios cristianos? ¿ Con ciertos criterios bí blicos, como los preceptos del Sermó n de la Montañ a o los mandamientos del Decá logo? Y justamente por mirarla así ¿ no deberí amos reconocerla por sus frutos?

Tambié n al autor cató lico Daniel-Rops le produce esa é poca un sentimiento predominante de «horror», por «el espectá culo repetido de continuo de crí menes francamente incalificables». «Por doquier impera una violencia descarada y dispuesta a estallar en cualquier momento. Nada la detiene: ni los lazos familiares, ni los preceptos de la decencia má s elemental y ni siquiera la fe cristiana. » ¿ Ni siquiera? ¿ Es que no permitió que todo aquello continuase? ¿ No le otorgó ella la que podrí amos llamar la consagració n suprema, la sanció n? ¿ No se oraba por los gobernantes, los generales, los degolladores? ¿ No se rezaba antes de las guerras, durante las mismas y despué s de las mismas? ¿ Acaso no se participaba en las guerras y saqueos o no se le hací an continuas donaciones a la Iglesia con el botí n de la guerra o del pillaje? ¿ No se engordaban los poderosos con la miseria de las masas?

En opinió n del propio Daniel-Rops hubo toda una serie de reyes santos que se hundieron en ese mundo de horror. Má s aú n, se ve obligado a «hacer la comprobació n todaví a peor» de que tambié n los principios fundamentales del derecho entonces vigente, la base de la moral colectiva, «reflejan el mismo espí ritu. Tal barbarizació n del derecho es en cierto sentido todaví a má s inquietante que las actuaciones criminales de las personas particulares; la Europa cristiana necesitó má s tiempo para liberarse de la misma». ¿ Para liberarse? La Europa cristiana no dejó de adoptar muchas de aquellas prá cticas criminales, intensificá ndolas a menudo y bendicié ndolas. Así, se mantuvo la prá ctica jurí dica ro-


mana de la tortura, al igual que la prá ctica germá nica de las pruebas de inocencia, del juicio de Dios, del duelo sancionado jurí dicamente. Rechazadas al principio de manera vehemente por el clero, todas esas barbaridades acabaron imponié ndose: «fueron tenidas por justas, si se las consagraba acompañ á ndolas de oraciones; los obispos se declararon en favor de las mismas». n

Así pues, no es que se abogase por determinados usos crueles, sino má s bien por todo aquel sistema sangriento. La Iglesia se alineó sin reservas del lado de los canallas y los carniceros. Y mientras los actos violentos de los reyes son cada vez má s desenfrenados, la cadena de la venganza de sangre no termina nunca, se multiplican los asesinatos de parientes precisamente entre los grandes, el hijo cató lico mata al padre cató lico, el hermano al hermano que es cató lico como é l, y el tí o cató lico al sobrino cató lico; y mientras los robos de los reyes merovingios, los enemigos aniquilados que eran prí ncipes germanos, y el botí n arrebatado de oro, joyas y armas ya casi no podí an ocultarse bajo la bó veda subterrá nea del palacio de Brannaceum (Braine), el episcopado veí a en aquellos criminales cató licos coronados a los representantes legí timos de la autoridad estatal, a los representantes de Dios sobre la Tierra, entrando entonces en la liturgia eclesiá stica la oració n por los mismos, al tiempo que todos los obispos de la Galia «afirmaban sin reservas» la situació n polí tica (Vollmann).

Dado que la Iglesia se puso desde el comienzo del lado de los potentados merovingios como su aliada, pudo desarrollarse como no lo hací a desde largo tiempo atrá s. Su influencia fue cada vez mayor y tanto el clero secular como el moná stico llegaron a ser increí blemente ricos. Y en buena medida las catá strofes casi permanentes y el terror que casi nunca cesaba y toda la miseria ambiental favorecieron tambié n considerablemente la aparició n de las donaciones a la Iglesia. «Como la gente esperaba de las mismas protecció n y ayuda, y se veí a amenazada de continuo por saqueos, incendios, asesinatos y violencia, se volvió a la Iglesia y a sus santos» (Bleiber). Y eso lo pagaba naturalmente el fiel creyente. Má xime cuando se sumaban las peores catá strofes naturales, supuestos actos punitivos y justos de Dios. Y las guerras. Tambié n se entendí an las guerras como justos actos de venganza del Señ or. Pero la guerra fue una realidad cotidiana y se consideró sin má s como una fuente de enriquecimiento, como un hecho con el que se asociaba como algo natural la idea de un botí n abundante.

La Iglesia no pensó en oponerse. Su trigo aumentaba. Só lo entre 475 y los comienzos del siglo vi se multiplicó por diez el nú mero de monasterios galos; pero en la primera mitad del siglo siguiente se construyeron allí má s abadí as que jamá s antes o despué s. Y con la vista puesta en la mitad del siglo vil un investigador moderno habla incluso de «un


estado episcopal y monacal» (Sprandel). El episcopado, que fue una «gran potencia», no só lo econó mica sino tambié n polí tica (Dopsch), desempeñ ó en el reino un papel casi tan determinante como el que ejerció la monarquí a soberana absoluta en la Iglesia. Ambas estuvieron estrechamente unidas y trabadas, pues tambié n el gobernante tení a que mostrarse «devotissimus» de la Iglesia y —al menos en el perí odo ca-rolingio— se le consideró «como un clé rigo» (Brunner). 12

Toda esa é poca, cruel en extremo y extraordinariamente fraudulenta, fue a la vez muy «pí a». Se generalizó la asistencia a la misa dominical: «al repique de las campanas se aglomeraban en las iglesias» (Pfister). Y casi otro tanto se generalizó la comunió n eucarí stica. Se cultivó celosamente el canto eclesiá stico. Casi todo el mundo acudí a a las procesiones. Las festividades cató licas se celebraban como grandes fiestas populares. Se rezaba antes de empezar a comer y no se bebí a ni un vaso de agua sin haberle hecho antes la señ al de la cruz. Y no se oraba só lo a Dios, se invocaba continuamente a todos los santos imaginables. Se construyeron numerosas iglesias con columnas de má rmol y paredes revestidas asimismo de má rmoles, con vidrieras de colores y muchas pinturas; los ricos hasta tení an sus capillas domé sticas. Los reyes trataban con santos, como lo hizo en 525-526 Teuderico I con san Galo en Colonia (el cual pegó allí fuego a un templo, «porque precisamente ninguno de los necios paganos se dejaba ver»; despué s de lo cual el incendiario se refugió en el palacio real). Childeberto I visitó a san Eusicio. Las reinas, como Radegunda por ejemplo, lavaban los pies a los obispos. A menudo las pré dicas se hací an en lengua verná cula. Hubo predicadores famosos, como los prelados Cesá reo de Arles, Germano de Parí s y Remigio de Reims. El metropolitano Nicecio de Tré veris parece que predicaba a diario y que en ocasiones hasta se presentaba como «obispo nacional» del reino de Reims, aunque era bastante ignorante en teologí a dogmá tica. Un escrito suyo a Justiniano lo proclama con penosa claridad; lo que no impidió a Nicecio presentar al teó logo del trono imperial como un «hereje» primitivo, ni gritarle —desde lejos— que «tota Italia, integra Á frica, Hí spania vel Gallia coniuncta» maldecí an su nombre. La superstició n má s crasa era pan comú n. Se acumulaban reliquias de Roma y de Jerusalé n, y se peregrinaba a las supuestas tumbas de los apó stoles para obtener la salud.

En una palabra, se estaba profundamente convencido «de la realidad y del poder del Dios vivo» (Heinsius). Abundaba «una fe vigorosa y fresca en Dios y su providencia; se trataba con lo divino, no como una abstracció n o una idea, sino como una fuerza muy real. Esa convicció n prevaleció entre todos, compartié ndola eclesiá sticos y laicos sin distinció n». Se consideró la primera mitad del siglo vil abiertamente como «un perí odo floreciente de la Iglesia franca» (Hauck), a la que se vio


«profundamente arraigada en el pueblo de los francos» (Schieffer), y a los obispos y los sí nodos episcopales «aplicados al trabajo» (Boudriot). 13

Поделиться:





Воспользуйтесь поиском по сайту:



©2015 - 2024 megalektsii.ru Все авторские права принадлежат авторам лекционных материалов. Обратная связь с нами...