«Miedo y terror» y la plegaria permanente bajo Dagoberto I
El joven Dagoberto gobernaba en Austria como virrey ya desde 623, guiado y aconsejado por Pipino y por el obispo Arnulfo de Metz. A la muerte del rey su padre en 629, Dagoberto se impuso como soberano ú nico, trasladó la sede de gobierno de Metz a Parí s, ciudad que convirtió definitivamente en el centro de la soberaní a real franca y siendo el ú ltimo merovingio que gobernó sobre todo el reinado franco (629-638/639). A su hermano menor, Chariberto II, capaz ya de reinar y que asimismo aspiraba a la herencia paterna, rá pidamente lo redujo Dagoberto a un rincó n en el suroeste. Allí pudo gobernar como virrey sobre Aquitania y en 631 someter a los vascos rebeldes. Por los añ os 629-630 el rey liquidó en Burgundia a los partidarios de Chariberto, incluidos su tí o y mentor Brodulfo así como otros adversarios de su propia soberaní a. Al resto, y «a todos los obispos» los sometió. Y cuando el propio Chariberto murió uno o dos añ os despué s y, con sorprendente rapidez, le siguió en la muerte su hijo pequeñ o Chilperico, «se dijo que habí a sido muerto por instigació n de Dagoberto», comenta Fredegar. Y Dagoberto volvió a adueñ arse de la separada Aquitania y de los tesoros de Chariberto. 14 El señ or soberano hizo virrey de Austria a su hijo de dos añ os Sigiberto III, con residencia en Metz. La regencia del niñ o la ejercieron el obispo Kuniberto y el duque Adalgisel, yerno de Pipino, que tuvieron un amplio campo de acció n. Especialmente el obispo Kuniberto, que ocupó la sede de Colonia hacia 626 y que murió despué s de 648, en tanto que educador tanto de Dagoberto como de Sigiberto III fue uno de los prelados austrios má s influyentes. 15 Entretanto el rey iba reforzando su reino. En el sur derrotó a los vascos, en las regiones del norte avanzó contra los frisones y extendió sus dominios má s allá del Mosa y del Waal. Allí apoyó a los sacerdotes cristianos mediante un edicto que obligaba a bautizarse. Allí trabajó especialmente el monje y obispo Amando, que fundó dos monasterios en el territorio de Gante y otro en Tournai, Saint-Amand. Tambié n el obispo Kuniberto «actuó » por encargo de Dagoberto como misionero frisó n en la protecció n del castillo de Utrecht así como en las zonas fronterizas del nordeste del reino, en el curso superior del Lippe y del Ruhr; regiones que despué s jugaron un papel importante en la matanza sajona de Carlos. 16 Al haber adquirido un poder enorme, Dagoberto I fue celebrado y exaltado por el clero, aunque habí a despedido a su mujer y tení a simultá neamente, ademá s de numerosas concubinas (cuya menció n «serí a demasiado larga», dice Fredegar), tres mujeres: Nanthilde, que era una antigua criada, Wulfgunde y Berchilde. Sin embargo, los cí rculos clericales ensalzaban al libertino, expoliador de sus vasallos, con acentos bí blicos cual soberano justo. Favoreció así a muchos obispados, especialmente el de Augsburgo donde regularmente se rezaba por é l, y los de Constanza, Basilea, Estrasburgo y Espira. Hacia 637 fundó la dió cesis de Té ruanne (Boulogne) y dotó de generosos privilegios a los monasterios, entre los que prefirió, como ya su padre Clotario, las casas de misioneros irlandeses cual centros de educació n para los retoñ os de la nobleza. El rey contribuyó con bienes del erario pú blico a la fundació n de las abadí as de Solignac y Rebais y asimismo hizo erigir el monasterio de Emo, junto al Escalda, en terrenos reales. Promocionó resueltamente la abadí a de St. -Denis, que má s tarde serí a panteó n famoso de los soberanos francos y franceses, a la que dotó de extensas posesiones, muchas de ellas fruto de confiscaciones de las tierras de los «rebeldes» eliminados por é l, otorgá ndole asimismo parte de los ingresos aduaneros del puerto mediterrá neo de Marsella: «tan grandes tesoros y tantas villae y posesiones en diversos lugares, que en la mayorí a de la gente provocó una gran admiració n» (Fredegar). Y, siguiendo el ejemplo del rey Sigismundo en St. Moritz y del rey Guntram en St-Marcel de Chaló n, tambié n Dagoberto introdujo en la basí lica de Parí s (en parte «dotada abundantemente por é l» con oro, plata y piedras preciosas) la «laus perennis», la adoració n perpetua. El rey fomentó asimismo el culto de san Dionisio. Mantuvo ademá s a su alrededor un cí rculo de varones con intereses religiosos, en el que figuraba un santo, san Eligió, entonces orfebre y monedero y má s tarde obispo de Tours.
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