Interpretatio Christiana
Los cristianos, en quienes naturalmente los judí os no veí an otra cosa
sino doctores del error, convirtieron la idea de «Israel, pueblo elegido»
en la pretensió n de verdad absoluta del cristianismo y el mesianismo ju-
dí o en el mensaje de la segunda venida de Jesucristo; es é ste el primer
paso importante en la evolució n de la Iglesia primitiva, por el cual el
cristianismo se diferenció de su religió n madre, la judí a.
No los judí os, sino los cristianos pasaban a ser ahora el «pueblo de
Israel», del cual habí an apostatado los judí os. De esta manera, les arre-
bataron el Antiguo Testamento y lo utilizaron como arma contra ellos
mismos; extraordinario proceso de falsificació n que recibe el nombre de
Interpretatio Christiana, fenó meno singular que no tiene antecedentes
en toda la historia de las religiones, y que es prá cticamente el ú nico ras-
go original del cristianismo. «Vuestras Escrituras, o mejor dicho, no
vuestras, ¡ sino nuestras! », escribí a Justino en el siglo II. Le consta a Jus-
tino que «aunque las lean, no las entienden». Al sentido literal de las
Escrituras oponí an, en una operació n de exé gesis que pone los cabellos
de punta, un supuesto sentido simbó lico o espiritual, para poder afirmar
que «los judí os no entendí an» sus propios textos sagrados. La Iglesia
reivindicó lo que le convení a, las alabanzas, las promesas, las figuras no-
bles o juzgadas como tales, en particular las de los patriarcas y profetas,
identificando con los judí os, en cambio, a los personajes siniestros, los
delincuentes, sobre quienes recaí an por consiguiente las amenazas bí -
blicas. Incluso enajenaron las «reliquias» de los macabeos, conserva-
das desde el siglo II a. de C. en la gran sinagoga de Antioquí a, al decla-
rarlas cristianas; má s aú n, a finales del siglo IV, dichas reliquias fueron
trasladadas, con lo que los judí os quedaban en la imposibilidad de ren-
dirles culto. Y convirtieron la conmemoració n judí a en una festividad
del calendario cristiano, que subsiste hasta nuestros dí as. n
Los cristianos les arrebataron a los judí os cuanto pudiera ser ú til a la
polé mica antijudí a. Como ironiza Gabriel Laub, el cristianismo no ha-
brí a sido posible «si hubiera existido en la é poca veterotestamentaria
algo parecido a la convenció n internacional de los derechos de autor».
En el siglo I, los cristianos hablaban ya de «nuestro padre Abraham» y
aseguraban que «Moisé s, en quien tené is puestas vuestras esperanzas,
en realidad es vuestro acusador». En el siglo II, la figura de Moisé s les
serví a para demostrar la solera y el prestigio de la cristiandad; y, final-
mente, los «caudillos de los hebreos» pasaban a ser, sencillamente,
«nuestros primeros padres». 12
Todo esto, y má s, ha sido estupendamente sistematizado por la teo-
logí a cristiana. El Antiguo Testamento era la «Revelació n primitiva», el
anticipo de algo má s grande que iba a producirse despué s; la teologí a
cristiana habla de un «motivo de teofaní a». Si existe el Antiguo Testa-
mento, es para anunciar cosas que van a tener su cumplimiento en el
Nuevo; «el motivo de cumplimiento», en donde, naturalmente, todo
aparece «má s diá fano», «má s grande», «má s completo», má s todo: es el
«motivo de superació n». Los aspectos que no acaban de cuadrar se mo-
difican mediante el «motivo de enmienda»; los que no cuadraban en ab-
soluto, se eliminan: «motivo de supresió n»; y como los judí os eran lo
que menos cuadraba, se les suprime por «motivo de apostasí a». 13
Lo dicho: Interpretatio Christiana. Una religió n expropia a otra y
luego insulta, combate, persigue a la religió n expropiada, y esto durante
dos mil añ os.
Ello era necesario, porque en el cristianismo, lo que no se retrotrae
al paganismo pertenece, sin excepció n, a la fe judaica: su Dios, su mo-
noteí smo, su liturgia en la parte no helení stica de la misma, la prohibi-
ció n de que la mujer participe en el servicio de la Palabra, el mismo ser-
vicio aludido, el Padrenuestro y otras muchas oraciones, los ritos de
anatema y excomunió n (utilizados muy pronto y con frecuencia, pese al
mandamiento de amor al pró jimo); í tem má s, las legiones de los á ngeles
(que, sin embargo, todaví a en el siglo iv eran una creencia proscrita por
la Iglesia), herencia de un politeí smo antiguo, encabezadas por los ar-
cá ngeles; así como numerosas ceremonias, por ejemplo la imposició n de
las manos en el bautismo o la ordenació n; los dí as de ayuno, las festivi-
dades como la Pascua, Pentecosté s... Incluso la palabra Cristo (del grie-
go christos) no es otra cosa que una traducció n del hebreo maschiah o
«mesí as». 14
Y tambié n las jerarquí as del clero judaico, la distribució n en su-
mos sacerdotes, sacerdotes, levitas y laicos, sirvieron de modelo es-
tructurador de las primeras comunidades cristianas. Los paralelismos
son tan llamativos, que incluso han movido a buscar en la organizació n
del judaismo tardí o el molde del catolicismo romano plenamente desa-
rrollado.
La noció n del dogma indispensable para la salvació n, la importancia
concedida al magisterio de los obispos, tienen el mismo origen. La ad-
ministració n de la caja eclesiá stica fue organizada má s o menos como la
del fondo sacro judí o. Hasta las catacumbas cristianas seguí an el modelo
de los cementerios subterrá neos de los judí os. La teologí a moral cató li-
ca tiene sus antecedentes en la casuí stica de la doctrina moral de los ra-
binos. O mejor dicho, la mayor parte de la moral cristiana es judí a; Mi-
chael Grant encuentra «el 90 % de ella en la del judaismo [... ], incluido
el mandamiento del amor al pró jimo; la novedad má s llamativa que añ a-
de es el mandamiento del amor al enemigo... », pero tampoco eso cons-
tituí a una innovació n absoluta, ya que lo mismo encontramos entre los
budistas, en Plató n, en la escuela estoica; incluso Jeremí as e Isaí as can-
taban sus delicias: «Presentará su mejilla al que le hiere; le hartará n de
oprobios». 15
Como bastardo, el cristianismo se avergonzaba de sus orí genes, de
su falta de originalidad. Y como, ló gicamente, los judí os no querí an
admitir que sus creencias hubiesen de subordinarse a la interpretació n
cristiana, sino que pretendí an seguir siendo el «pueblo elegido» de
Dios, los cristianos se dedicaron a atacarles..., con lo que se sumaban a
la misma misió n que aqué llos, a la intolerancia salvaje de aquella dei-
dad primitiva de un pueblo nó mada, uno de los í dolos má s vengativos
que haya conocido la historia del mundo. Llevaron su agitació n sobre
todo a los cí rculos previamente trabajados por la influencia judí a, y al-
canzaron «una parte considerable» de sus primeros é xitos «a costa del
judaismo» (Brox). 16
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