Manifestaciones antijudías en el Nuevo Testamento
El primero en marcar el tono fue Pablo, el verdadero fundador del
cristianismo. Aunque el apó stol, «siervo de Dios» como é l mismo se lla-
maba modestamente, supiera cantar al amor con acentos arrebatadores,
en realidad dedicó muchas má s palabras al odio má s encarnizado, como
han visto muchos, desde Porfirio, pasando por Voltaire, hasta Nietzsche
y Spengler. Así, se convirtió en un clá sico de la intolerancia, un prototi-
po del proselitismo, un creador genial de ese estilo ambiguo que oscila
entre el servilismo rastrero y la brutalidad má s desvergonzada, y que
hizo escuela sobre todo entre los grandes de la Iglesia; agitador tan ce-
rril y porfiado, que durante el perí odo nazi algunos teó logos cristianos
hallaron paralelismos entre las primitivas comunidades y «las centurias
del ejé rcito pardo de Hitler», llegando a soñ ar en unas «secciones de
asalto de Cristo» (pero Goethe opinaba, en cambio: «Si a san Pablo con-
cedieran un obispado / de alborotador mudara en barrigó n tranquilo / lo
niismo que con ceteri confratres ha pasado»). 17
De esa guisa, Pablo (tambié n los judí os suelen considerarle creador
del cristianismo) abrió el fuego contra los judí os y no dejó de luchar con-
tra ellos en toda su vida. Era aficionado a predicar en las sinagogas,
como viendo en ellas «el punto de partida y las bases» (Hruby) de su mi-
sió n. Para lo demá s, consideraba que los cristianos, sobre todo los de
origen pagano, han pasado a constituir el verdadero pueblo de Israel;
esta afirmació n aparece por primera vez en la carta a los gá latas (6, 16).
É rgo prefiere solicitar a los gentiles, para que «caí dos los judí os» la sal-
vació n beneficie a aqué llos. En cuanto a los judí os mismos, se sacude las
ropas: «Caiga vuestra sangre sobre vuestras cabezas», y prosigue: «Puro
compareceré desde ahora ante los gentiles». «Los gentiles, que no se-
guí an la justicia, han abrazado la justicia»; los judí os, en cambio, «no
han llegado a la ley de la justicia». Es verdad que tienen celo de las cosas
de Dios, «pero no es un celo segú n la ciencia». Y «la mayor parte de
ellos desagradaron a Dios, y así quedaron muertos en el desierto». 18
Como era de esperar, los judí os contraatacaron. Este hecho fue muy
destacado por los cató licos alemanes en tiempos de Hitler, por ejemplo
en el libro Santa Patria alemana {Heilige deutsche Heimat, con censura
eclesiá stica), que recuerda continuamente có mo los judí os «calumnia-
ron, maldijeron y persiguieron» a Pablo, esa «maravilla del Espí ritu y de
la Gracia», có mo conspiraron contra é l por ser «amigo de los gentiles»,
có mo «planearon matarle» y «organizaron varios atentados contra é l», «le
expulsaron de las sinagogas como si fuese un apestado o un leproso»,
le desterraron «a los lugares má s inhó spitos bajo el cielo, a los bosques y
a los desiertos donde no viven má s que las fieras», etcé tera. 19
En efecto, el apó stol fue azotado varias veces por los judí os; se trata-
ba de un tormento cruel, y que iba a tener un gran porvenir durante la
é poca cristiana. Muchas veces los azotes cortaban «hasta tocar el hueso»
y algunos supliciados no sobreviví an a semejante trato. Por parte de Pa-
blo era absurdo el intento de volver el Antiguo Testamento contra los
mismos judí os. Así, les echa en cara las persecuciones sufridas por los pro-
fetas y la muerte de Jesucristo, argumento propagandí stico este ú ltimo
que iba a ser utilizado con mucho efecto por la Iglesia. En realidad, el
tema del pueblo deicida no fue má s que «una argucia», no especialmen-
te há bil, «para echar sobre los judí os el peso de la responsabilidad por la
ejecució n de Jesú s» (Guignebert). Ademá s, los acusa con cará cter gene-
ral de adú lteros, ladrones y profanadores de templos. Afirma que la re-
caí da en el judaismo serí a tan grave como volver a la idolatrí a. Los de-
clara malditos «hasta el fin del mundo» por el Nuevo Testamento; a
decir verdad, el «heraldo amabilí simo del Evangelio» (segú n el cató lico
Walterscheid) utilizó las mismas expresiones estereotipadas que los an-
tisemitas de la antigü edad y afirmó que todo el patrimonio espiritual y
religioso de los judí os no era nada má s que «inmundicia». 20
En los Hechos de los Apó stoles quedan señ alados una y otra vez
como «traidores y asesinos»; en la Carta a los Hebreos como gente que
ha «lapidado, torturado, aserrado, matado a espada». El Evangelio de
Juan, que es el texto má s antijudí o de la Biblia, nos los presenta má s de
cincuenta veces como enemigos de Jesú s. Son casi continuas las conspi-
raciones contra su vida; aparecen como paradigmas de la maldad e hijos
del demonio. El antijudaí smo fue el leitmotiv de este evangelista, y la
consecuencia una visió n sin matices, todo blanco o todo negro: a un lado
los hijos de Dios, la luz, la verdad, la fe, al otro los hijos de Satá n, la os-
curidad, la mentira, la «herejí a». «Jamá s se formuló juicio tan severo
contra el judaismo en general», escribió en 1928 el teó logo Weinel. En
el Apocalipsis los llama «sinagoga de Sataná s». 21
De Pablo, de Juan y demá s inspirados de la Biblia tomaron, pues,
los padres de la Iglesia lo que les convino. Desde el añ o 70, judí os de la
diá spora y cristianos viven separados en todas partes, y crece la polé mi-
ca antijudí a. 22
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