Главная | Обратная связь | Поможем написать вашу работу!
МегаЛекции

«Genio en todos los campos de la doctrina cristiana» y lucha «hasta el último instante»




El obispo de Hipona, futuro patrono de los teó logos, impresor, cerve­cero (y auxiliador en las enfermedades oculares), era muy inteligente,


 

polifacé tico, aunque no minucioso. «En erudició n muchos le superaron» (Jü licher). Era enormemente ambicioso y desconcertante. Su formació n fue incompleta, incluso medida con el rasero de la educació n superficial y rebajada de aquella é poca. Le faltó durante toda su vida la prá ctica me­tó dica. Y no só lo en lo que respecta a la té cnica, sino tambié n a la preci­sió n intelectual, «fue siempre un chapucero» (J. Guitton). Con ello disipó sus esfuerzos. A menudo dictaba al mismo tiempo discusiones a varios escritos: 93 obras o 232 «libros», dice é l en 427 en las Retractaciones (que contemplan de manera crí tica, por así decirlo, su trabajo en sucesió n cronoló gica), a lo que hay que añ adir la producció n de sus ú ltimos añ os de vida, amé n de cientos de cartas y los sermones, con los que «casi siempre» se sentí a insatisfecho. Muchas cosas le delatan como poco má s que «un provinciano medio de finales del Imperio» (Brown). 11

La producció n intelectual de Agustí n fue sobrevalorada, en particular desde el lado cató lico. «Un gigante intelectual como é l, só lo lo brinda el mundo una vez cada mil añ os» (Gó rlich). ¡ Quizá s del orbe cató lico! Sin embargo, lo que é l llama «talla intelectual» es lo que le sirve, y lo que le sirve resulta perjudicial para el mundo. La existencia de Agustí n, preci­samente, lo revela de manera drá stica. Con todo, Palanque le ensalza como «un genio en todos los campos de la doctrina cristiana». Y Daniel-Rops llega a afirmar: «Si la palabra genio tiene algú n sentido, es precisa­mente aquí [... ]. De todos los dones del espí ritu que pueden fijarse analí ­ticamente, no le faltaba ninguno; poseí a todos, incluso aquellos que se considera de manera general como excluy entes entre sí ». Quien se sobre­salta por tal disparate es tildado de malé volo, malicioso, «un alma rastrera» (Marrou). No obstante, incluso el padre de la Iglesia Jeró nimo, aunque por envidia, llamó a su colega «pequeñ o advenedizo». En el siglo xx, el cató lico Schmaus le niega rotundamente la genialidad como pensador; resulta demasiado evidente. 12

¿ El pensamiento de Agustí n? Está totalmente dominado por ideas de Dios, en parte adormecido por la euforia, en parte aterrorizado. Su filoso­fí a no es en el fondo má s que teologí a. Desde un punto de vista ontoló gico, se basa en hipó tesis sin ningú n fundamento. Y hay una multitud de penosas ausencias. A menudo no son sino ficciones, ruido conceptual. «El má s alto, el mejor, el má s poderoso, el todopoderoso, el má s miseri­cordioso y má s justo, el má s oculto y má s omnipresente, el má s hermoso y má s violento, tú, perpetuo e inconcebible, tú, eterno [... ]. » ¿ Có mo dice Agustí n? «Lí brame, Señ or, de la palabrerí a [... ]. » Con frecuencia sermoneaba durante cinco dí as seguidos, algunos dos veces diarias. 13

Le gustaba escucharse. Le gustaba leerse. Y tambié n le gustaba caer en el verbalismo de otro tipo, en pá ginas y pá ginas de palabras huecas. «El Espí ritu Santo suspira en nosotros porque causa nuestros suspiros. Y es nada menos que el Espí ritu Santo quien nos enseñ a a suspirar, pues


con ello nos recuerda que somos peregrinos y nos enseñ a a desear la tie­rra natal, y es precisamente é ste el deseo en el que suspiramos. Quien es dichoso o, mejor dicho, quien cree ser dichoso [... ] tiene la voz de un cuervo; pues la voz del cuervo es graznante, no suspirante. Pero quien sabe que se encuentra en la aflicció n de esta vida mortal y peregrina lejos del Señ or [... ], quien sabe esto, suspira. Y mientras suspira por ello, sus­pira bien; el Espí ritu le ha enseñ ado a suspirar, ha aprendido a suspirar de la paloma. » ¡ Dios mí o! ¿ Tenemos que suspirar? ¿ Graznar? ¿ O reí mos homé ricamente del gigante intelectual que el mundo otorga só lo una vez cada mil añ os, quien sin embargo ha ejercido hasta la fecha una profunda influencia en la teologí a, constituyendo hasta la actualidad su «fuente de juventud» (Grabmann), pero cuya literatura rebosa de analogí as? 14

Está cuajada de ridiculeces, como por ejemplo la afirmació n de que Dios ha creado «las especies perjudiciales de animales» para que el hom­bre al que muerdan se ejercite en la virtud de la paciencia, a fin de «volver a alcanzar, con denuedo, mediante el dolor, esa salvació n perpetua que de manera tan injuriosa se dejó escapar». Sin embargo, tambié n «el desco­nocimiento del provecho es ú til como la prá ctica de la humildad». 15 ¡ Un teó logo nunca se queda perplejo! Por eso tampoco conoce el bochorno.

Agustí n, al que Palanque ensalza diciendo: «De un aletazo se eleva por encima de cualquier objeció n superficial [... ]», suele ser é l mismo un prodigio de superficialidad. Tambié n el «orador profesional» de antañ o (¡ y de hoy! ) engañ a mediante trucos retó ricos. Se contradice, con espe­cial frecuencia en La ciudad de Dios, obra con fuerte influencia de Amo-bio y que apareció entre los añ os 413 y 426, su «magnum opus», como é l mismo afirma, donde llega a trabajar con imitaciones e incluso unas ve-;

ees equipara y otras diferencia con nitidez sus propios conceptos funda-^ mentales: «Imperio romano» y «Estado diabó lico», o «Iglesia» y «Estado,? de Dios». O la conversió n de Israel, que en una ocasió n se produce en Wj é poca apostó lica y en otra en tiempos posteriores al paganismo, mientras ¡ 7 que una tercera vez sostiene la expulsió n eterna de los judí os. Cuando est | un cristiano joven cree que ya no se producen milagros, por lo que «ya| | no resucita ningú n muerto»; cuando llega a anciano cree lo contrario. Ya¿ ;

en 412 tení a la idea de «recopilar y mostrar todo lo que se me censure con razó n en mis libros». Y así, tres añ os antes de su muerte inicia, ya que todo «estaba trastocado», un libro completo con «rectificaciones», las Retractaciones, sin que realmente pudiera «rectificar» todo. De todas. formas, introduce 220 correcciones. 16

Sin embargo, tantas veces como Agustí n «rectificaba» algo, otras tan­tas refutaba, colocando en el encabezamiento de muchos de sus escritos un «Contra [... ]».

Finalizando el siglo iv ataca a los maniqueos: Fortunato, Adimanto, Fausto, Fé lix, Secundino, así como, en otra serie de libros, al maniqueí s-


 

mo, del que é l mismo fue formalmente seguidor durante casi un decenio, de 373 a 382, si bien como «oyente» (auditor), no como «elegido» (elec-tus). «Cualquier cosa que dijeran, por improbable que fuese, yo lo toma­ba por verdadero, no porque supiera, sino porque deseaba que fuera ver­dad. » A ver si resultará que a Agustí n, el cristiano, le fue en secreto de distinta manera frente a los cristianos. Por lo demá s, aunque hasta má s o menos el añ o 400 combatió el maniqueí smo, no pudo vencerlo completa­mente, sino que quedó arraigado en é l «con iniciativas de pensamiento esenciales» (Alfred Adam), incluso «lo recogió en la doctrina cristiana» (Windelband). En tres libros Contra los acadé micos (386) hace frente al escepticismo. Desde el añ o 400 se lanza sobre el donatismo, desde 412 contra el pelagianismo y a partir de 426 contra el semipelagianismo. Pero al lado de estos objetivos principales de su lucha, ataca con mayor o me­nor intensidad tambié n a los paganos, los judí os, los arrí anos, los astró lo­gos, los priscilianistas, los apolinaristas. «Todos los herejes te aborrecen -le elogia su antiguo contrincante, el padre de la Iglesia Jeró nimo-, igual que me persiguen a mí con idé ntico odio. »

Má s de la mitad de los escritos de Agustí n son apologí as o tienen un cará cter polé mico. Por otra parte, mientras que, siendo obispo, en treinta añ os só lo una vez visitó Mauritania, la provincia menos civilizada, viajó treinta y tres veces a la increí blemente rica Cartago, donde, al parecer como compensació n a su modesta dieta de convento, gusta de copiosas «comidas de trabajo» (por ejemplo pavo real asado), habla ante impor­tantes personajes y pasa meses enteros con sus colegas en agitada activi­dad. Los obispos ya viví an a menudo cerca de las autoridades y en la corte, y eran ellos mismos cortesanos; el amigo de Agustí n, el obispo Alipio, estuvo discutiendo en Roma hasta la muerte del santo. Por lo tan­to, nada de lucha con «energí a indomable [... ] hasta su ú ltimo aliento» (Daniel-Rops), «hasta el ú ltimo instante [... ] la espada del espí ritu» osci­lando (Hü mmerler), aunque dejó huellas muy sangrientas, sobre todo con ayuda del «brazo mundano», mediante la corte de Rá vena, gobernadores provinciales, generales, con los que el obispo mantení a estrechos contac­tos. Y contra todo aquello que é l combatí a -mostrá ndose iconográ fica­mente con un libro y un corazó n ardiente, sí mbolos de la sabidurí a y del amor-, pedí a violencia. Con la edad, é l, en cuya vida y cuya doctrina al parecer el amor «ocupaba un puesto especial» (Lexikon fü r Theologie und Kirche), fue volvié ndose cada vez má s frí o, má s duro, má s despiada­do, el grandioso ejemplo de un perseguidor cristiano. Puesto que «Malo es el mundo, sí, es malo [... ], los malos hombres hacen el mal mundo» (Agustí n). 17

Peter Brown, uno de los má s recientes bió grafos del teó logo estrella, escribe: «Agustí n era hijo de un padre violento y de una madre inflexi­ble. Podí a aferrarse a lo que consideraba verdad objetiva con la notable


ingenuidad de su cará cter pendenciero. Así, por ejemplo, importunó al inteligente y eminente Jeró nimo de un modo totalmente carente de hu­mor y tacto». 18

Hay que señ alar que la agresió n cada vez má s violenta de Agustí n, como se manifiesta en su disputa con los donatistas, podrí a ser tambié n consecuencia de su prolongado ascetismo. Antes, segú n confesaba é l mismo, habí a tenido notables necesidades vitales, «en la lascivia y en la prostitució n» habí a «gastado sus fuerzas», y má s tarde habí a conjurado muy ené rgicamente «el hormigueo del deseo». Vivió mucho tiempo en concubinato, tomó má s tarde como novia a una niñ a (le faltaban casi dos añ os para alcanzar la edad legal para poder casarse: en las niñ as doce añ os) y al mismo tiempo una nueva querida. Pero para el clé rigo el placer sexual es «monstruoso», «diabó lico», «enfermedad», «locura», «podre­dumbre», «pus nauseabundo», etcé tera; «lo sexual es [... ] algo que queda impuro» (Tomá s). Constantemente vuelve a ensalzar la honestidad, aun­que, como confiesa el agustino Zumkeller, «tanto má s cuanto en mayor medida se alejó de ella en sus añ os juveniles». La lucha contra los «here­jes», los paganos y los judí os, por el contrario, es una buena causa, una necesidad espiritual indomable. Por lo demá s, ¿ no le acuciaba tambié n el sentimiento de culpa frente a la compañ era de tantos añ os, a la que habí a obligado a separarse de é l y de su hijo? 19

Поделиться:





Воспользуйтесь поиском по сайту:



©2015 - 2024 megalektsii.ru Все авторские права принадлежат авторам лекционных материалов. Обратная связь с нами...