León Magno da al diablo a los judíos
Los excesos antijudí os de este papa está n mucho menos documenta-
dos que sus ofensivas antiheré ticas. Apenas si se hace menció n de ellos.
Pero, a despecho de ello, Leó n I debe figurar en la larga lista de padres de
la Iglesia hostiles a los judí os, lista que va de Justino, Ireneo y Cipriano
hasta llegar a Atanasio, Eusebio, Efré n, Crisó stomo, Jeró nimo, Hilario»
Ambrosio y Agustí n (vé ase vol. 1).
Para Leó n, tan noble, clemente y moderado, los judí os tampoco son
otra cosa que necios, obcecados, mentalmente ofuscados. Sus sacerdotes,
«aborrecibles a los ojos de Dios». Sus doctores de la Ley, «insensatos».
Su saber es «sumamente ignorante», su sabidurí a «totalmente ignara». «No
captan con su entendimiento lo que han aprendido de las palabras de la
Sagrada Escritura. Pues para sus insensatos rabinos la verdad es un es-
cá ndalo y para sus obcecados doctores de la Ley, la luz se convierte en ti-
nieblas. » Una y otra vez aparecen los estereotipos que tan del gusto de la
Iglesia han sido hasta nuestros dí as, tó picos pintados en blanco sobre ne-
gro, frases de tosco cartel de propaganda, de sectaria difamació n de lo
má s burdo. Una y otra vez tenemos, de un lado, «las tinieblas de la igno-
rancia» y del otro «la luz de la fe». Una y otra vez luchan allí «los hijos
de las tinieblas» y allá «la luz de la verdad». Una y otra vez contienden
«la injusticia [... ] y la justicia»; «la mentira contra la verdad»; «la obce-
cació n contra la sabidurí a»: el sempitereno y repelente esquema. 60
Una y otra vez este papa reprocha a los judí os la muerte de Jesú s. En
cada uno de sus sermones fustiga de continuo a sus «desalmados dirigen-
tes y a sus prevaricadores sacerdotes». «Todos los sacerdotes estaban ob-
sesionados por el pensamiento de có mo perpetrar su crimen contra Jesú s. »
Todos ellos «poseí dos por un frenesí parricida, tení an un ú nico objetivo en
su mente»: Todos «son equiparables por su crueldad» y Pí lalos «acabó
por entregar la sangre del justo al pueblo impí o [... ]». 61
Siguiendo la tendencia que ya aparece en los Evangelios, Leó n incul-
pa a los judí os y exculpa a Pilatos, el romano, «aunque é ste prestase su
brazo a la enfurecida turba [... ]» pues «las manos de los judí os, prestas a.
secundar a Satá n», clavaron «en la cruz su carne concebida sin pecado».
«Su impiedad fue má s fuerte que todas las losas y piedras sepulcrales. »
En cambio, «los guerreros de Roma mostraron má s disposició n a creer
en el hijo de Dios [... ]». «Es sobre vosotros, sobre vosotros, pé rfidos ju-
dí os, y sobre vuestros dirigentes, reprobos a los ojos de Dios, sobre quien
recae todo el peso de la iniquidad. » «La injusticia que echaron sobre sus
hombros Pilatos, por su sentencia, y los soldados, por el cumplimiento de
la orden de ejecutar al Señ or, os hacen aú n má s odiosos a los ojos de los
hombres. »62
«Esa mañ ana, judí os, el sol no salió, sino que se puso para vosotros.
No fue aqué lla la acostumbrada luz que iluminaba vuestros ojos, sino
una horrible obcecació n que ofuscó vuestro corazó n impí o. Esa mañ ana
destruyó vuestro templo y vuestros altares, os despojó de la Ley y de los
profetas; abolió vuestra realeza y vuestro orden sacerdotal transformando
todas vuestras tiestas en eterna aflicció n. Pues desdichado y cruel fue
vuestro propó sito de entregar a la muerte al " autor de la vida" y " Señ or
de la gloria", entregado por vosotros, " toros cebados y becerros en tumul-
to, bestias rugientes y perros rabiosos". »63
Má s de una vez, Leó n I compara a los judí os con animales enfureci-
dos, con toros y bueyes, conjurando «la obstinada y ciega furia de los tO-
ros cebados y la furiosa agitació n de becerros indó mitos». Los tilda de
«fieras rugientes», á vidas «de la sangre del pastor de la justicia». 64
El papa Leó n «Magno» no se cansa nunca de difamar a los judí os.
Constantemente los ultraja como «perseguidores inflamados por la ira»,
«asesinos», «criminales», «impí os», «judí os impí os y descreí dos», «judí os
de pensamientos carnales», «judí os criminales», «ancianos sedientos de
sangre», «el pueblo alborotado y ciego», «ofuscado e irreconciliable»,
«pueblo desenfrenado, que só lo miraba por los ojos de los sacerdotes».
(¿ Qué otra cosa han hecho los cató licos respecto a sus papas y ello a lo
largo de siglos? ) A cada paso. Leó n se refiere a su «acció n depravada», a
«su iniquidad», a «su crimen horrible», a la «rabia destructora de los
judí os», a la «ceguera de los judí os», a la «malignidad de los judí os», a la
«obstinació n de los judí os», a la «obstinació n y crueldad de los impí os».
Continuamente alude a ellos como «insensatos doctores de la Ley», «sa-
cerdotes aborrecibles a Dios», «servidores y mercenarios de Satá n». Los
menciona como «reprobos», «rebosantes de hipocresí a», de «ultrajes», de
«vituperios» de «absurdos discursos de mofa». Da siempre por bueno
«que los judí os, inflamados por la furia, mortificaron a Jesú s de todas las
maneras que se propusieron», que lanzaron «contra el Señ or de la gloria»
«los dardos mortí feros de sus discursos y las flechas envenenadas de sus
palabras». Una y otra vez les hace gritar: «¡ Crucifí cale, crucifí cale! ». «Eso
debe haceros conocer que habé is sido reprobados. » «Con razó n, pues, os
condenan ambos testamentos. » Para el papa Leó n, estas obras de los ju-
dí os será n «para todos los tiempos objeto de execració n». 65
Tan odiosa diatriba tení a que emponzoñ ar al pueblo cristiano. Tenia
que conducir a una represió n legal cada vez má s severa de los judí os, a la
expropiació n y al arrasamiento a fuego de sus sinagogas -algo que ya se
dio en la Antigü edad (vé anse vols. 1 y 2)- y, posteriormente, a los conti-
nuos pogroms de las edades Media y Moderna. Pero ha habido que espe-
rar al añ o 1988 para que el cató lico Krá mer-Badoni escriba, refirié ndose
precisamente a Leó n I: «Las leyes del Estado de cuñ o má s discriminato-
rio se promulgaron precisamente bajo su pontificado y no vinieron inopi-
nadamente. Los emperadores romanos nunca se habí an inmiscuido en
asuntos religiosos si los seguidores de una religió n mantení an su lealtad
polí tica. Aquel papel intolerante les fue impuesto por la Iglesia». 66
Por cierto que todas las invectivas de Leó n y de la Iglesia contra los
judí os como «deicidas» son tanto má s grotescas cuanto que é stos se limi-
taban a cumplir la voluntad de Dios. ¡ Dios quiso ser asesinado por ellos!
¡ Es así como quiso redimir al mundo! Ya desde la eternidad habí a previs-
to todos los trá mites de ese proceso: o todo lo má s tarde despué s de que
su «plan de salvació n» (a saber «primeros padres de la humanidad», «per-
cance del pecado original», «diluvio» y otros episodios) se vio abocado a
má s de un fracaso. Los judí os eran, pues, meros ejecutores del plan. Ha-
bí an sido escogidos por Dios mismo -Leó n lo sabe muy bien- «para fo-
mentar la obra redentora» y fue cabalmente «su injusta crueldad la que
nos trajo la salvació n». Es por ello por lo que para el «magno» papa son,
ciertamente, objeto «de execració n y, por otro lado, tambié n motivo de
alegrí a pese a todo». Desde luego, lo que menos advertimos en é l es ale-
grí a por causa de los judí os y otro tanto puede decirse de otros «famo-
sos» padres de la Iglesia, antijudí os vociferantes. Pero para qué perder
má s palabras acerca del contrasentido de una teologí a que obliga a odiar
y perseguir a veces (¡ demasiadas veces! ) hasta la muerte a los judí os ¡ aun-
que todo se lo debe a ellos! 67
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