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El descubrimiento de la falsificaciуn




No es posible demostrar si ya Carlomбn tuvo por falso el Constitutum Constantini; son muchos los indicios en favor de esta hipуtesis todavнa muy reciente. Fue el emperador Otуn III (983-1002) quien, en un acto infrecuente por completo frente al papa Silvestre II (999-1003), declarу nula y sin efecto la «Donaciуn constantiniana», que Dante todavнa tuvo por autйntica. En un famoso diploma, redactado por Leуn de Vercelli, su sucesor en polнtica italiana, «Otуn, siervo de los apуstoles y por voluntad de Dios salvador imperator augustas de los romanos», otorgaba al papa, y respectivamente a «san Pedro», los ocho condados de la Pentбpolis para su administraciуn; pero lo hacнa por propia generosidad y «sin tener en cuenta documentos falsos y escritos deformados». Otуn III califica expresamente la «Donaciуn constantiniana» cual documento inventado y falso (documenta... inventa). Todas las pretensiones basadas en la misma las rechazaba el emperador como ilegales, y todos los territorios de los papas los consideraba subrepticios. Ni fue casualidad el que trasladase su presidencia a la misma Roma. Asн pues, Otуn III estuvo perfectamente informado sobre el gigantesco fraude de la Iglesia catуlica. Estaba convencido de que el papa no tenнa derecho alguno a las posesiones territoriales.

En el documento extraordinario del aсo 1001 empieza por hacer esta confesiуn a su ex preceptor Gerberto de Reims, ahora papa con el nombre de Silvestre II: «Proclamamos a Roma cabeza del mundo». Para agregar en seguida que durante largo tiempo el esplendor de la Iglesia romana habнa sido oscurecido por la ligereza e ignorancia de los papas. «Pues no sуlo vendieron lo que quedaba fuera de la ciudad y lo enajenaron con una administraciуn muy mala a la sede de san Pedro, sino que ademбs -y sуlo podemos decirlo con profunda tristeza- han malvendido por dinero a todo el mundo las posesiones en esta nuestra ciudad regia, simplemente para poder llevar una vida disipada y sin freno, robaron a san Pedro, a san Pablo y hasta los altares, y en vez de preocuparse por su reconstrucciуn sуlo provocaron una confusiуn mayor aъn. Torcieron las leyes pontificias y humillaron a la Iglesia romana, y algunos papas fueron tan lejos que hasta pretendieron la mayor parte de nuestro imperio. No preguntaban por lo que habнan perdido por su propia culpa, ni se preocuparon por cuanto habнan dilapidado en su locura, sino que habiendo dispersado a todos los vientos por propia culpa sus posesiones, descargaron su culpa sobre nuestro imperio y pretendieron la propiedad ajena, a saber, nuestra propiedad y la de nuestro imperio. Son mentiras inventadas por ellos (ab illis ipsis inventa), y entre ellos el diбcono Juan, por sobrenombre Dedocortado, redactу un documento con letras de oro y fingiу una larga mentira bajo el nombre de Constantino el Grande (sub titulo magni Constantini longi mendacii tйmpora finxit). »

Finalmente habla Otуn de otras falsificaciones de la Iglesia, segъn las cuales Carlos II el Calvo, emperador romano y rey del reino franco occidental (francйs), habrнa entregado al papa el 876 una posesiуn imperial, y otro «Carlos mejor», refiriйndose a Carlos III el Gordo, emperador romano y rey del reino franco oriental (alemбn), lo habrнa echado de la misma. «Mentira es asimismo que un cierto Carlos haya otorgado a san Pedro nuestro imperio. Pero nosotros replicamos que el tal Carlos en modo alguno estaba en condiciones de otorgar segъn derecho ninguna cosa, puesto que fue expulsado por obra de un Carlos mejor, despojado del reino, depuesto y aniquilado. Habнa dado, por consiguiente, lo que no le pertenecнa, y lo habнa dado de la ъnica manera que podнa hacerlo: como un hombre que habiendo adquirido injustamente un bien, no puede esperar conservarlo por mucho tiempo. Nosotros despreciamos todos esos documentos falsos y los escritos desfigurados. »39

En el siglo xn tambiйn los seguidores de Amoldo de Brescia reconocieron el fraude. Uno de sus discнpulos, un romano llamado Wezel, explicaba por carta a Federico Barbarroja, inmediatamente despuйs de su elecciуn como rey romano (1152), que toda la «Donaciуn constantiniana» era pura fбbula y mentira, tan conocida entre el pueblo romano que hasta los jornaleros y las mujeres podнan hablar del tema con las personas mбs eruditas. En el siglo xni dudу tambiйn de su autenticidad un soberano tan extraordinario como el emperador Federico II. Y, cuando al alborear la Edad Moderna, el supremo pastor y fornicador Alejandro VI (1492-1503) solicitaba de Venecia, en virtud de la «Donaciуn constantiniana» la entrega de las islas adriбticas a la San^a Sede, el embajador veneciano ironizу con que Su Santidad adujese el documento del Constitutum Constantini y anotу despuйs al dorso la observaciуn de que el Adriбtico pertenecнa a los venecianos.

Por entonces se quemaba todavнa a las personas, que desconfiaban de tal documento; como le sucediу a un tal Juan Drбnsdorf tras un interrogatorio celebrado en Heidelberg en 1425. Y todavнa hoy algunos eruditos tratan todo el complejo de falsificaciones y fraudes de la Edad Media bajo la expresiуn biensonante de «Piedad del pasado», califican a los falsarios de «personas ilustres, conocidas por su escrupulosidad» y hasta los criminales de la «Donaciуn constantiniana» continъan figurando cual «falsificadores honorables» (Aries). 40

Todavнa el concilio de Florencia (1439) no habнa permitido que aflorase duda alguna sobre tal «Donaciуn». Y aunque, ya al aсo siguiente, el humanista Laurenzio Valla, secretario papal y canуnigo de Letrбn, habнa descubierto definitivamente con un escrito, que publicу Ulrico de Hutten en 1519, la historiografнa romano-catуlica sуlo reconociу la falsificaciуn en el siglo xix. Sin embargo, la curia pontificia ha venido reclamando insistentemente hasta casi nuestros dнas los privilegios allн contenidos. 41

En el siglo vni de todos modos los papas no gobernaron ciertamente aquel Estado de la Iglesia como soberanos independientes. Ni en tiempos de Pipino III ni durante el reinado de su hijo Carlos. Mбs aъn, algunos ni siquiera fueron seсores de su propia casa, el palacio de Letrбn, como se echу de ver justamente y de forma dramбtica a comienzos del reinado de Carlos I.


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