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Embustes antijudíos de la Iglesia y su influencia sobre el derecho laico




En nuestro estudio hemos recopilado los disparates antijudí os de la
Iglesia antigua. Aunque los hemos citado en extracto, vale la pena re-
producir aquí por extenso un pasaje importante: «Los judí os no son el
pueblo de Dios, sino que descienden de unos egipcios leprosos; el Señ or
los odia y ellos odian a Dios. No han entendido el Antiguo Testamen-
to, sino que lo han falsificado, y ú nicamente los cristianos conseguirá n
restablecerlo. Los judí os no quieren espiritualidad, ni cultura, son el pa-
radigma del mal, hijos de Sataná s, son indecentes, asedian a todas las
mujeres, son hipó critas, embusteros, y odian y desprecian a todos los no


judí os. Los cristianos suelen complacerse en señ alar la dureza de los jui-
cios formulados por los profetas contra los mismos judí os». Y continua-
mos: «Los judí os fueron los que crucificaron a Cristo; los Evangelios dis-
culpan al gobernador romano y acusan a los judí os; no fueron los solda-
dos romanos, sino los judí os quienes atormentaron a Jesú s y se mofaron
de é l; en el Calvario, los paganos se convierten mientras que los judí os
continú an con sus burlas. Tal como mataron a Dios, les gustarí a matar a
todos los cristianos, porque en todo tiempo los judí os siguen siendo fie-
les a sí mismos». Los que así escribí an no eran faná ticos, sino gente ins-
truida y distinguida, como Clemente de Alejandrí a, Orí genes y Crisó s-
tomo, entre los menos radicales. «[... ] No puede existir un compromiso
entre judí os y cristianos, aunque aqué llos pueden prestar a é stos servi-
cios de esclavos. »53

Segú n la composició n de lugar de los doctores de la Iglesia primitiva,
la influencia de cuyos tratados antijudí os abarcó toda la Edad Media y
llegó incluso hasta la moderna, los judí os debí an vivir dispersos por
siempre jamá s, errar por el mundo como apatridas, ser esclavos de los
demá s pueblos. Que nunca vuelvan a construir su Templo en Jerusalé n,
exige el doctor de la Iglesia Jeró nimo; que nunca vuelvan a ser un solo
pueblo en un solo paí s, reclama el doctor de la Iglesia Crisó stomo; pero
que no desaparezcan del todo, pide Agustí n, porque así servirá n de tes-
timonio vivo de la «verdad» del cristianismo. Al contrario, la impreca-
ció n del pueblo deicida, «caiga su sangre sobre nosotros y sobre los hijos
de nuestros hijos», debe cumplirse en ellos hasta el fin de los tiempos. 54

Desde comienzos del siglo IV, el antijudaí smo de los primeros cris-
tianos, hasta entonces só lo literario, empieza a tomar cuerpo en los cá -
nones eclesiá sticos. Como ha señ alado Poliakov, «para los cristianos, el
pueblo judí o es criminal convicto». 55

El alto clero empezó a destruir sistemá ticamente las relaciones entre
cristianos y judí os, que hasta entonces habí an sido buenas por lo gene-
ral, con el propó sito de llegar a impedir todo contacto social. El pueblo
cristiano, como ha señ alado el cató lico Kü hner, «fue inducido y azuzado
por sus lí deres eclesiá sticos». En 306, el Sí nodo de Elvira prohibe bajo
penas severí simas sentarse a la mesa con judí os, permitirles la asistencia
a la bendició n de los campos, los matrimonios mixtos entre ellos y los
cristianos, e incluso amenaza con la excomunió n el simple trato perso-
nal. El Sí nodo de Antioquí a prohibió en 341 la celebració n comú n de la
Pascua; los clé rigos que infringieran la prohibició n serí an expulsados y
desterrados. A menudo Oastó la visita a una sinagoga para merecer la
suspensió n. Los decretos sinodales antijudí os se hicieron cada vez má s
abundantes. 56

La influencia de las leyes eclesiá sticas hizo que el derecho laico em-
pezase a recoger tambié n numerosas disposiciones de marcada tenden-
cia antisemita.

La religió n judí a, hasta entonces permitida, se vio cada vez má s per-
seguida y reprimida. En los decretos imperiales se alude a ella llamá n-


dola «secta infame», «secta nefaria, iudaica perversitas, nefanda supers-
titia»;
los cultos fueron censurados y el proselitismo, absolutamente
prohibido. Es verdad que, a veces, algunos prí ncipes de los paganos ha-
bí an promulgado leyes antijudí as; pero los emperadores cristianos las
renovaron drá sticamente. En 315, Constantino hizo de la conversió n al
judaismo un crimen capital; tanto el judí o proselitista como el cristiano
converso eran reos de muerte. De manera similar perseguí a el Estado
cristiano los matrimonios entre judí os y cristianos: a partir de 339, al
contrayente judí o, a ambos desde 388 en adelante. Los hijos de Cons-
tantino promulgaron la confiscació n de bienes de los cristianos que ju-
daizaran, y castigaron con pena de muerte el casamiento de judí o con
cristiana, así como la circuncisió n de los esclavos. Poco a poco, los ju-
dí os se vieron privados de los derechos comunes; se les limitó la capaci-
dad para testar, se les expulsó de numerosas profesiones, de los cargos
•palatinos, de la abogací a (es decir militia palatina y fogata}, del ejé rcito,
disposició n esta ú ltima que continuó en vigor hasta el siglo XIX y fue res-
tablecida por Hitler. En 438, fueron excluidos por decreto de todos los
cargos pú blicos; só lo podí an acceder al decurionato, es decir, a cargos
municipales y aun é stos porque eran onerosos y muchas veces habí a que
obligarles, «pues no pretendemos hacer merced a esos individuos abo-
minables, sino condenarlos» (Teodosio II). Infracciones banales eran
penadas con la confiscació n de bienes o con la muerte. 57

De acuerdo con un estudio sistemá tico reciente, a partir del siglo IV
las medidas jurí dicas tomadas por los emperadores cristianos incluyen:

castigos arbitrarios, prohibició n de la trata de esclavos, expropiació n de
determinados esclavos, multas, trabas legales para poder testar o con-
traer matrimonio, confiscació n de bienes y pena de muerte, esta ú ltima
ya desde los tiempos de Constantino I, Constantino II y Teodosio I. Se-
gú n el Có dex Theodosiano, los judí os son gente de vida equí voca y de
creencias equivocadas, desvergonzados, inmorales, repugnantes y su-
cios; sus opiniones son contagiosas como la peste. «Este vocabulario de
la difamació n personal penetra en la legislació n romana despué s de Cons-
tantino, como demuestra la comparació n con el material conservado de
los tres primeros siglos de nuestra era» (Lengenfeid). 58

A finales del siglo IV y principios del v los emperadores se muestran
má s tolerantes con los judí os, a ratos, pero suelen ser demasiado dé biles
para reprimir con eficacia los asaltos a las sinagogas, los incendios y las
usurpaciones a que se entregan cada vez má s los cristianos. En esta per-
secució n de creciente violencia no dejarí an de intervenir los mó viles eco-
nó micos, y hasta cierto punto el racismo, pero el motivo principal era el
religioso. En toda la Antigü edad y durante la Alta Edad Media, las legis-
laciones antijudí as se justifican siempre por razones de religió n. Escribe
Harnack que, segú n el parecer uná nime de los autores cristianos del pe-
rí odo patrí stico, «Israel habí a sido desde siempre la Iglesia diabó lica». 59

Pero diabó licos o endiablados lo eran ellos mismos, los cristianos,
incluso contra los hermanos separados de su misma fe, como veremos.


CAPÍ TULOS

PRIMERAS INSIDIAS
DE CRISTIANOS CONTRA CRISTIANOS

«¡ Pluguiera a Dios que fuesen exterminados los que os escandalizan! »
SAN PABLO1

«Os prevengo contra las bestias en figura humana. »

san IGNACIO2

«No só lo queremos levantar la bestia, sino herirla por todas partes. »
sanIRENEO3

«Pues todo aquel que no admite que Jesú s se nos apareció en carne
y hueso es un Anticristo, [.. . 1 es siervo del demonio, [.. . 1
es el primogé nito de Sataná s. »

SAN POLICARPO4

«Ningú n hereje es cristiano. Pero si no es cristiano, todo hereje
es demonio. » «Reses para el matadero del infierno. »

SAN JERÓ NIMO, DOCTOR DE LA IGLESIA5

«Pero si tomamos las armas los unos contra los otros, estamos perdidos
sin necesidad de que intervenga el demonio. Toda guerra es funesta
pero la guerra civil lo es má s. Y la guerra entre nosotros mismos
es aú n má s funesta que una guerra civil. »
SAN JUAN CRISÓ STOMO, DOCTOR DE LA IGLESIA6

«Hablan en pro de sus religiones, no con la mesura y la moderació n
que sus grandes maestros predicaron mediante la palabra y el ejemplo,
sino [... 1 con acaloramiento tal, que no parece sino que no tuviesen
razó n. »

LICHTENBERG7

«Apenas terminaron de predicar a Cristo, se acusaron mutuamente
de Anticristos [.. . 1 y como es natural, en todas estas disputas
teoló gicas no habí a nada que no estuviese construido sobre
el absurdo y el engañ o. »

VOLTAIRE8


Al igual que atacaron verbalmente a los judí os (antes de pasar a ver-
bis ad verbera,
de las palabras a los golpes..., al expolio, a la persecu-
ció n generalizada y a las grandes matanzas), desde el principio tambié n
riñ eron los unos contra los otros hasta llegar a las manos, lo que comen-
zó mucho má s pronto de lo que generalmente se cree.

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